Purpura y Porpurados

La cuestión es si denominar “purpurados” a los cardenales de la Iglesia romana, por más señas electores del Papa en los cónclaves es un acto reverencial, o contiene de por sí una colosal irreverencia. ¿Aciertan los fieles cristianos, sobre todo los más fervorosos e ilustrados, así como la liturgia y los protocolos eclesiásticos, al llamar “purpurados” a “cada uno de los prelados que componen el colegio consultivo del Papa”? ¿Se trata de una calificación que, si pudo haber tenido vigencia en tiempos pretéritos en los que el lenguaje era de color, hoy no la tiene, dadas las facilidades existentes en la actualidad para su aprendizaje y práctica de idiomas, por lo que carecería totalmente de sentido el recurso a la coloración?

De todas maneras es obligado y atractivo reconocer que, tanto fonética como ecológicamente, el sustantivo “púrpura” suena a la perfección y confiere prestigio. Solo su pronunciación ensalza, entroniza y encumbra. La semántica refiere que “púrpura” es “un molusco gasteròpodo marino, cuya boca segrega en cortísima cantidad una tinta amarillenta, la cual, en contacto con el aire, toma color verde, que luego se cambia en rojo más o menos oscuro, que es el rojo violáceo o inviolado”. Fue siempre un tinte muy costoso, que los antiguos prepararon con la tinta de varias especies de este y otros moluscos, conociéndose como “púrpura” la tela de vestir así teñida , que formaba parte de las vestiduras propias de los Sumos Sacerdotes, cónsules, reyes, emperadores, cardenales…Es incuestionable que “purpurear”, “purpurino” y “purpúreo” colorean de infanzonía, calidad y sangre azul relaciones, conversaciones y comportamientos sociales.
. Transcurridos, y superados ya en parte y satisfactoriamente, tiempos y modos de ser y actuar, también en la Iglesia, es imprescindible y urgente someter a revisión la calidad y colores de sus ornamentos litúrgicos y para- litúrgicos, sobre todo los que de alguna manera imprimen carácter tan radical y profundo, que su simple apariencia exterior se convierte en referencia nada menos de su propio ministerio y oficio, por sagrados que sean. Tales colores habrán de someterse a penitenciales exámenes de conciencia, en los que se verifiquen la seriedad y calidad de cuanto pudieran y debieran sacramentalmente expresar , que es lo que, al menos en teoría, habría de justificarlos.
. Llamar e identificar hoy como “purpurados” a los cardenales de “Nuestra Santa Madre la Iglesia”, a unos ha de parecerles una frivolidad insufrible, y a otros puede darles la impresión de una irreverencia que ronda los confines del menosprecio cívico y social.
. Sería lamentable que no pocos eclesiásticos se olvidaran de que, hoy por hoy, con colorines purpúreos o no, con ceremoniales absurdos y pomposos, con letanías infinitas, tautológicas y reiterativas,- como si Dios fuera sordo, y a sus fieles les sobrara el tiempo-, y además con el agraz y apócrifo convencimiento de que lo grato y digno para el Creador y sus criaturas es la solemnidad, pero no la cuantificada en extensión y
minutos, sino en claridad, calidad y caridad -amor-.
. A la Iglesia – religión, adoctrinamiento y culto- le sobran solemnidades, ceremonias y ritos. Le falta, por supuesto, que unas y otros, es decir, las que resten del examen de conciencia y del propósito de enmienda, sean inteligibles y adoctrinadoras. A los fieles cristianos, muchos de ellos asistentes impertérritos, que no participantes, no les agrada ya pasar tiempos tan desconsideradamente largos y desproporcionados en actos de culto. La participación se los acortaría por definición.
. Reconociendo que en épocas pasadas las solemnidades religiosas tuvieron mucho de
distracción y entretenimiento, a falta de espacios televisivos y otros, en la actualidad han de cuidarse los ritmos de las ceremonias religiosas, aunque solo sea por acompasarlos con los de la vida y sus exigencias, la mayoría de ellas realmente legítimas.
. De modo similar y objetivo, rechina y espanta que sigan siendo los sacerdotes, obispos, cardenales y Papas quienes, tanto en el ejercicio ministerial y litúrgico, como en el convivencial, socio-familiar y cívico, se tengan que seguir distinguiendo hasta en sus atuendos de modo tan espectacular en relación con el pueblo, también Pueblo de Dios. Sobran hábitos, atavíos y ostentaciones. De modo distinto a como viste y vive el común de los mortales, si quiere uno encarnarse en los otros, para el bien propio y ajeno, no es mínimamente serio hacerlo con sotana, trajes-vestidos talares, capisayos, o rindiéndole pleitesía a los tejidos rica y bellamente entintados de púrpura…
. Tan solo el hecho de que lo rico, lo caro, lo costoso y lo excepcional que configura y define a la púrpura sea –siga hoy siendo- referencia casi exclusiva en la Iglesia, habrá de estimular a los cristianos-cristianos, comenzando por su jerarquía, a convocar a riguroso examen de conciencia a “purpurados “ y no purpurados con la frecuencia y el arrepentimiento que se aconseja y exige en la confesión oral y en la comunitaria.
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