Descentralización en la Iglesia

Según la percepción de muchos, la Iglesia sigue siendo una monarquía absoluta donde unos mandan y otros obedecen; donde hay jefes y súbditos. Y eso contradice a la fraternidad, nombre original de la comunidad cristiana. El Vaticano II quiso corregir esta visión deformada de la Iglesia, pero no es fácil.

Ya desde el s.IV cuando el cristianismo fue declarado religión oficial del imperio romano, y sobre todo en la Edad Media -situación de cristiandad-,la figura del papa encarna todo el poder, el clero determina todo lo que se hace en la Iglesia, y los demás bautizados cuentan muy poco. La amenazas de conciliarismo y la protesta de los Protestantes en el s. XVI provocaron la reacción de Trento defendiendo a la jerarquía eclesiástica. Ante los peligros de fragmentación, el Vaticano I fortaleció aún más la figura del papa declarando la infalibilidad y primado. Dada esta trayectoria nada tiene de particular la patología del clericalismo en la Iglesia.

En la Iglesia hay unos ministerios que se reciben por el sacramento del orden y confieren un poder en el gobierno, santificación y enseñanza. También es un don del Espíritu el ministerio que recibe el obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Pero la Iglesia no se reduce al clero ni es una monarquía absoluta. Es lo que sugiere ya el Vaticano II, dando relieve a la colegialidad de los obispos y a la consistencia de las iglesias locales.

Se ha intentado plasmar la colegialidad en las Conferencias Episcopales y en el Sínodo de los obispos. Pero la colegialidad proporcionalmente debe ampliarse a toda la Iglesia de forma que todos los bautizados puedan ejercer su responsabilidad en la misión y organización de la misma. Ya es un paso adelante que el Nuevo Código de Derecho Canónico fortalezca mucho la figura y los poderes del obispo y no se le vea como un delegado del papa. Pero hay el peligro de que ahora cada obispo se considere dueño y único responsable de la Iglesia, zanjando así el significado profundo y las implicaciones que tiene la colegialidad y corresponsabilidad en la Iglesia, pueblo de Dios, según la intención y los documentos del Vaticano II.
Volver arriba