Fuera del mundo no hay salvación

Durante mucho tiempo los niños aprendíamos de memoria el catecismo que decía: “los tres enemigos del alama son demonio, mundo y carne”. Pero ahora en el Vaticano II la misma Iglesia destaca otra dimensión: este mundo está bendecido y acompañado por Dios.

Por "mundo" el concilio entiende la entera familia humana con todas las realidades en las que vive. El Creador está continuamente creando y sosteniendo a esa familia humana y a su entorno. Mira siempre a todos y a todo con los ojos del corazón. El mundo está siendo bendecido y acompañado por Dios. Es verdad que todavía sufre la sombra del pecado, pero avanza ya por el camino de salvación abierto en Jesucristo. Bien podemos decir que fuera de este mundo no hay salvación.

Esta forma de mirar al mundo que nos ofreció el Concilio, aunque no niega lo que tenía de válida, choca sin remedio con otra visión negativa del mundo que durante mucho tiempo prevaleció en la tradición de la Iglesia Latina. En la cumbre de la Edad Media Inocencio III escribió un libro titulado “El desprecio del mundo”, mientras “La imitación de Cristo”, cuyo autor fue Tomás de Kempis (1380-1471) donde acercarse al mundo incluye alejamiento de Dios, ha sido referencia muy frecuentada en siglos de Contrarreforma.

Los religiosos destacaban mucho la “huida del mundo”, y los seglares con frecuencia pensaban que su perfección consistía en imitar a los religiosos. Pero la novedad del Concilio que responde a la fe cristiana en la encarnación, nos permite interpretar y practicar la “huida del mundo” con mayor lucidez evangélica. No se trata de alejarnos de la familia humana y de todos sus problemas; gozos y esperanzas; logros y fracasos de la humanidad son también de la Iglesia que corre su misma aventura. Se trata de entrar en el corazón del mundo sin arrodillarnos ante los ídolos o falsos absolutos que lo desfiguran.
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