LA FE NO ES UN LIBRO, ES DEJARSE SEDUCIR













Normalmente la homilía tiene como tema central el evangelio. Pero en ocasiones, como hoy, el eje de la homilía está tomado de la primera lectura (del profeta Jeremías): me sedujiste, Señor…

Cuando un chico y una chica se encuentran en la vida se produce una seducción de “200.000 voltios”.
Cuando hace treinta años, más o menos, Kortabarría e Iribar saltaron al campo de Atotxa con la ikurriña, aquello produjo una emoción en muchos de los miles espectadores de aquel partido.
Cuando uno escucha o canta el réquiem a la muerte de su madre o de un ser querido, eso produce un sobrecogimiento poco racional, pero de alta intensidad emocional.
Cuando san Pablo “cayó del burro”, más que del caballo, quedó seducido por Cristo, lo mismo que san Ignacio de Loyola.
La afectividad y la sexualidad ejercen una fascinación fortísima
Hay situaciones, iconos, dimensiones de la vida que nos dejan fascinados, deslumbrados, seducidos.
En ocasiones ese encanto reviste síntomas de una serenidad profunda.
Cuando un enfermo terminal ve en su mesilla la imagen de la Virgen de su pueblo o mira su alianza matrimonial, abre infinitos recuerdos, vivencias, probablemente producen más paz que todas las teologías de la historia.
Una conversación reconciliadora con un familiar con el que la historia ha sido turbulenta, es fuente de serenidad sobrecogedora.




01. SEDUCIR
Me sedujiste, Señor, hemos escuchado al profeta Jeremías.
Seducir es un término proveniente del latín: se-ducere (guiar, conducir), que etimológicamente significa una fuerte atracción que hace o invita a “salir o sacar de uno mismo hacia otra realidad, persona”. Seducir es embargar o cautivar el ánimo, ejercer sobre alguien una gran influencia y atractivo. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua).
Es evidente que hay realidades en la vida que ejercen una gran atracción, una gran fascinación: la belleza física y espiritual, el arte (la emoción estética), el sentimiento de pertenencia a una cultura-nación (donde uno ha nacido), la sexualidad, la vocación religiosa, la “llamada” al matrimonio, la fe, algunos valores y cualidades de algunas personas, etc.
Cuando un chico y una chica se encuentran en la vida se produce una seducción de “200.000 voltios”.
Cuando hace treinta años, más o menos, Kortabarría e Iribar saltaron al campo de Atotxa con la ikurriña, aquello produjo una emoción en muchos de los miles espectadores de aquel partido.
Cuando uno escucha o canta el réquiem a la muerte de su madre o de un ser querido, eso produce un sobrecogimiento poco racional, pero de alta intensidad emocional.
Cuando san Pablo “cayó del burro”, más que del caballo, quedó seducido por Cristo, lo mismo que san Ignacio de Loyola.
La afectividad y la sexualidad ejercen una fascinación fortísima
Hay situaciones, iconos, dimensiones de la vida que nos dejan fascinados, deslumbrados, seducidos.
En ocasiones ese encanto reviste síntomas de una serenidad profunda.
Cuando un enfermo terminal ve en su mesilla la imagen de la Virgen de su pueblo o mira su alianza matrimonial, abre infinitos recuerdos, vivencias, probablemente producen más paz que todas las teologías de la historia.
Una conversación reconciliadora con un familiar con el que la historia ha sido turbulenta, es fuente de serenidad sobrecogedora.

No sé si me equivoco al pensar y decir que la seducción es una fuerza “no racional” que “arrastra” al ser humano. Irracional no significa que no sea valiosa y buena, mucho menos quiero decir que lo no racional sea algo malo, sino quiero decir que no depende, al menos no depende exclusivamente de la razón.






02. UNA SEDUCCIÓN MÍSTICA
Toda seducción tiene algunas dimensiones de mística, de arrebatos, de fervores y / o efervescencias.
Es evidente que unos jóvenes -o no jóvenes- reunidos en o por un mismo espíritu ejercen, y “se ejercen” una seducción. En una masa de gente se entrecruzan un mundo de sentimientos. Las masas se contagian, se retroalimentan con su “espíritu”, con el sentimiento (el que sea):
El concierto de la isla de Woodstock en 1969 congregó a medio millón de jóvenes y fue una fascinación colectiva de música, de mayo del 68´, de libertad, de LSD y marihuana.
No todas, pero sí muchas de las personas que vivieron las grandes concentraciones políticas de tiempos no lejanos en Alemania, España, Italia, vivían de una seducción étnica y patria, romántico-nacional amasadas en una mística.
El mundo del deporte genera éxtasis, adhesiones y adicciones, sintetiza sentimientos nacionales, sea en la Plaza de la Cibeles o en Canaletas , (o en Alderdi eder). Uno es de la Real o del equipo que fuere no por la razón, sino por puro sentimiento pulsional.
Seguramente que alguna vez hemos participado en alguna manifestación en defensa de la libertad -¡o de la vida!-de alguna persona secuestrada. Se vive una sintonía común.
Las procesiones en las que hemos vivido nuestra fe: procesiones de Semana santa, el Corpus, etc. Hay una empatía con la que expresamos nuestro interior.







TRES PEQUEÑAS ANOTACIONES
A. LA SEDUCCIÓN HA DE DAR PASO A UN ASENTAMIENTO MADURO Y RAZONABLE.

Para que una fascinación sea sensata, realizadora y humana de la historia personal, el fogonazo inicial ha de dar paso a un asentamiento razonable, que requiere tiempo, reflexión, contrastar las cosas, diálogo, es decir que fluya el logos, la sensatez.

B. SEDUCCIÓN Y FRUSTRACIÓN.
Una seducción que nos deje sumidos en el fracaso, significa, tal vez, que no ha sido sana, o que no hemos sabido encauzarla, o quizás que nos hemos equivocado en la vida, que tampoco es ningún delito. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse.

C. LAS REPRESIONES.
Las cuestiones que atraen y magnetizan al ser humano no pueden ser tratadas crónicamente por represión. La vida necesita desarrollo, desplegarse. El agua que se va acumulando en un pantano y no se le da salida, termina por reventar la presa.
Ni todos ni siempre lo han hecho así, pero en la moral y espiritualidad católicas el freno, la represión y la condena – ción han sido armas excesivamente usadas. La represión no hace bien, otra cosa es la educación.

03. RACIONALIDAD Y EMOTIVIDAD (SENTIMIENTOS). CABEZA Y CORAZÓN.
Que tenemos dimensiones “no racionales”, sino más bien emotivas y pulsionales en la vida es un hecho más que evidente. Y que al amplio mundo del sentimiento hay que poner razón, también es algo evidente.
Podemos pensar noblemente que Cristo puede ejercer una llamada, una atracción, una seducción.
En algún momento o etapa de nuestra vida, hemos decidido seguir al Señor, porque hemos encontrado en Él la perla, el tesoro que da sentido y puede encauzar nuestra vida.
En un “segundo momento” habremos dado forma a esa decisión: somos cristianos en un estilo determinado: formas de vida, matrimonio, vida religiosa, carismas, etc. Probablemente en nuestra decisión han influido emociones y razones: el amor de nuestra madre, un buen cura que conocimos, un amigo, una enfermedad, un profesor, la lectura de un autor, el propio esfuerzo intelectual.
La fe no se vive ni sola, ni principalmente a golpe de impulsos, pulsiones, golpes viscerales, un atractivo masivo, ¡qué bien estamos aquí!: más o menos como en la transfiguración.
Hemos dado forma a nuestro ser cristianos en la Teología del Vaticano II (absténganse fanáticos fundamentalistas posteriores).

Los seres humanos somos pensamiento y sentimiento: cabeza y corazón.
Tal vez podríamos aplicar a estas cosas aquel refrán: Quien hasta los veinte años no es revolucionario, no tiene corazón, y quien desde los veinte años es revolucionario, no tiene cabeza.
04. ENTRE SENTIMIENTOS Y ABSTRACCIONES. VIDA Y REPRESIONES.






La fe no es solamente un sentimiento, una seducción. Tampoco la fe es una pura racionalidad abstracta.
PIETISMOS Y SENTIMIENTOS
Siempre se han dado en la historia de la Iglesia tendencias a un pietismo sentimental, una fe más simplista que sencilla. Y una cosa es la sencillez, incluso la religiosidad popular, y otra muy distinta el simplismo y populachero en la vida.
Los villancicos que cantábamos en familia en nochebuena, eran vivir, transmitir-cultivar emotivamente la fe la navidad, lo conmovedor de la fe.
Hemos de cuidar y cultivar la dimensión emotiva de la fe (y de la vida): el descanso de nuestra vida en el Señor, los espacios y los tiempos sagrados, las evocaciones (llamadas) culturales y cristianas de nuestros montes y ermitas, la música y el silencio (¡), etc. Cuidar -cultivar- también nuestros propios sentimientos familiares, amistad, afectos.
Salvo muy raras excepciones, hemos de reconocerlo, los que hemos crecido en el ámbito del Concilio Vaticano II, hemos descuidado la dimensión sentimental de la fe, los aspectos no racionales de la fe. Algo que el mismo san Ignacio de Loiola lo tenía muy en cuenta: “ver” al hijo pródigo, sentirnos buenos samaritanos, mirar al Señor crucificado... Al fin y al cabo seguimos a Cristo porque es nuestro “norte” y salvación, no por el Denzinger.
Inicialmente la fe está no tanto en la aceptación de una dogmática, sino en esa seducción amable del Señor en quien encontramos salud y vida.



DIMENSIÓN RACIONAL DE LA FE.

Por ser personas humanas (inteligentes), por nuestro momento en la historia (hijos de Platón y de la Ilustración) somos seres pensantes, racionales. Tenemos una tendencia a la abstracción. En el fondo es también nuestra búsqueda de verdad.
Necesitamos buscar y formular la verdad que ansiamos y que nunca está en nuestros molde humanos. La fe busca siempre una mejor expresión.
La teología (bíblica, moral, litúrgica, etc.) es, en el fondo, expresión de la fe que creemos. Uno “dice-expresa” lo que cree, lo que lleva dentro en el fondo. Por eso hay teologías distintas, porque pensamos y creemos de diversas maneras. No es lo mismo la Teología moral del P. Zalba que la del P. Häring, no es lo mismo la Teología de Helder Camara que la de Lefebvre, no es lo mismo el pensamiento teológico de Karl Rahner que el de los Legionarios de Cristo, etc.
La teología brota de la fe. Remontando las aguas del río de la teología llegamos al manantial de la fe. Cuando vemos o leemos, ¡o padecemos! ciertas teologías, en el fondo estamos sufriendo alguna fe distorsionada y lejana al Evangelio, a la palabra del Señor.
La vida es una amalgama nada fácil de Dionisios y Apolo, pulsiones y razón, sentimiento e inteligencia. La palabra es la Luz, el Logos de la irracionalidad humana.
LA PALABRA ES EN MIS ENTRAÑAS FUEGO ARDIENTE


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