Dios, factor de humanidad

¿Para qué necesitamos a Dios en este mundo? ¿No se basta el hombre solo? ¿Qué puede aportar a esta sociedad la fe cristiana?

Dada la situación de progreso a la que ha llegado el ser humano, Dios parece que ha perdido importancia e interés, al menos en lo que se refiere a las realidades de este mundo. ¿Para qué necesitamos a Dios en este mundo? ¿No se basta el hombre solo? ¿No puede reducir por sí mismo la miseria y enfren­tarse con lo desconocido, con estos espacios antiguamente reservados al mundo de la supersti­ción? ¿No es incluso capaz de dominar la naturaleza? ¿Qué puede aportar a esta sociedad la fe cristiana? ¿Acaso esta fe está para solucionar los problemas del “más allá” y su influencia en el “más acá” queda únicamente reservada al dominio de la inte­rioridad religiosa, e incluso ahí, a la liberación de lo que se conoce como pecado? En definitiva, ¿nos ayuda Dios a vivir más humanamente?

Tomás de Aquino se pregunta por la necesidad de la gracia, que es un modo de preguntar por la necesidad de Dios. Según Tomás, Dios no es solo necesario para alcanzar la vida eterna, sino también para vivir humanamente, para encontrar la plena esta­bilidad humana en este mundo. La gracia tiene repercusiones en el aquí y ahora de nuestra existencia mundana. Si el amor confiere estabilidad y equilibrio a la vida, la acogida del amor de Dios no puede menos de traducirse en una serie de re­percusio­nes físicas, psicológicas y afectivas en nuestro ser y en nuestra manera de vivir. La confianza en Dios permite vivir sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte; o en todo caso, asumir los problemas y miedos de otra manera.

Según Tomás de Aquino en la actual situación de pecado, la gracia de Dios es necesaria para la realización efectiva de lo que hoy calificamos de derechos y deberes huma­nos. Dicho de otro modo: toda vida humana se encuentra sometida a múltiples soli­citaciones, y no todas son buenas. El hombre siente su inclinación al mal. Hay cosas que su razón y su conciencia le dicen que no son buenas y, sin embargo, el hombre se siente atraído por ellas. Unas veces la atracción del mal se le presenta tan súbita­mente que no puede resistirla. Otras veces, el hombre quiere dejar de obrar el mal, pero parece como si el mal pudiera más que él, debido a las malas costumbres adqui­ridas o a la fuerza con que se presenta.

Teóricamente, es posible resistir una por una a las seducciones del mal. Pero llevar una vida según el bien y resistir habi­tualmente al mal, requiere serenidad, equilibrio, claridad de ideas y de objetivos. No cabe duda que la gracia de Dios, al otorgar estabilidad y equilibrio personal, es un socorro necesario para que la orientación de la persona hacia el bien encuentre conti­nuidad y firmeza.

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