"Hostilidad eclesial sobre las mujeres y la justa reivindicación feminista" ¿El Espíritu Santo se quedó traspuesto?

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"La Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres…(…). Doctrina que se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe"

"Juan Pablo II 'fue claro al respecto, y cerró la puerta y yo no voy a volver atrás en esto y fue un asunto tratado con seriedad y no un capricho'"

"El peligro radicaba en que tal atribución en exclusiva a los varones 'puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder' (EG, 41), como ha venido ocurriendo históricamente"

"Las reivindicaciones legítimas de las mujeres, a partir de la firme convicción de la igual dignidad de la mujer y el varón 'plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente' (EG, 104)"

"Tiendo a pensar si no habrá ocurrido que el Espíritu Santo se quedó traspuesto y los humanos aprovecharon el momento para hacer de las suyas. Es posible"

No había que ser profeta para aventurar el futuro del movimiento feminista en la Iglesia católica. La respuesta de la Iglesia oficial no sorprendió a nadie. Dado el ambiente posconciliar impuesto (Pablo VI y Juan Pablo II, con el apoyo del cardenal Ratzinger, Prefecto de la CDF), tendente a neutralizar su espíritu renovador, fue la que se temía por muchos.

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En efecto, se abrazó una posición ideológica, consistente, en el marco de la tradicional marginación y discriminación de la mujer en la Iglesia, en cerrar definitivamente la puerta de entrada: “La Iglesia no tiene facultad  de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres…(…). Doctrina que se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe”. Cuestión, pues, definitivamente zanjada por la CDF en Respuesta de 28 de octubre de 1995 (cfr. Delgado, La despedida de un traidor, cit., pp. 390-398). 

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Francisco, en su programa de gobierno, ya advirtió que “el sacerdocio reservado a los varones (…) es una cuestión que no se pone en discusión…” (EG, 104). Entendía, y así lo expresó con claridad, que el magisterio de Juan Pablo II “fue claro al respecto, y cerró la puerta y yo no voy a volver atrás en esto y fue un asunto tratado con seriedad y no un capricho”. Como en tantas otras cuestiones, se agita, ante lo que es una rígida posición, “la propia voluntad de Dios” (Hans Küng). El peligro radicaba en que tal atribución en exclusiva a los varones “puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder” (EG, 41), como ha venido ocurriendo históricamente.

Sin embargo, creo que, no obstante las declaraciones precedentes, siguió flotando en el aire una fundada duda respecto a sí, efectivamente, se tuvieron en cuenta, al formularlas, las exigencias de los ‘signos de los tiempos’ (Pacem in Terris, 41; Gaudium et spes, 29). La apariencia induce a pensar que, efectivamente, no se tuvieron en cuenta. Lo cierto es que la propia respuesta oficial ha servido para reforzar aún más la justa reivindicación feminista en la Iglesia. De hecho las voces a favor de una igualdad de trato siguen escuchándose, incluso con mayor sonoridad, si cabe, si bien el abandonismo también ha hecho acto de presencia en sus filas. Todos, fieles y clero, deberían ser conscientes de que “varón y mujer tienen la misma dignidad, (y) plantean a la Iglesia profundas  preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente” (EG, 104).

"Las voces a favor de una igualdad de trato siguen escuchándose, incluso con mayor sonoridad, si cabe, si bien el abandonismo también ha hecho acto de presencia en sus filas"

Precisamente, una de esas preguntas ineludibles dice relación a una realidad innegable: lo ocurrido en la vida de la Iglesia católica (que no es identificable con el reino de Dios del anuncio de Jesús) desde sus inicios.  La  vergonzosa imposición de una mentalidad de exclusión relativa a las mujeres, que se ha concretado, a lo largo de los siglos, en una marginación y discriminación, absolutas y efectivas, con consecuencias negativas en todos los órdenes de la vida eclesial, es una realidad palpable. ¿Acaso ésta se ha de atribuir también a la voluntad divina? Nadie puede negar tan injusta y antievangélica situación de la mujer en la Iglesia.

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¿Quién puede asegurar que tan vejatorio trato a la mujer, a través de los siglos, así como el contexto cultural en que se inició y ha venido consolidándose, fuese valorado, como debía, por Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger? ¿Por qué, en el pontificado del papa polaco, no se desarrolló el estatuto de igualdad de todos los miembros del Pueblo fiel de Dios, tal y como se refleja en la Carta a los Gálatas: “No hay ya judío ni griego; no hay esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, puesto que todos vosotros sois uno en el Mesías, Jesús” (Gal 3, 28)? ¿Acaso varón y mujer no tienen la misma dignidad?

"¿Acaso varón y mujer no tienen la misma dignidad?"

Cuando se contempla en perspectiva la vida de la Iglesia, en el correr de los tiempos, y su encerrarse, en defensa propia, frente a aspectos, actitudes, convicciones e ideas de la cultura civil, vigentes en la sociedades en que ha estado instalada, uno cree ver, en las reflexiones del cardenal Ratzinger, aprobadas por Juan Pablo II, el fruto maduro de demasiada interpretación y reinterpretación doctrinales, demasiada teología del pasado elaborada unidireccionalmente (ideología) y tiende a pensar que todo ese acervo teológico no es exactamente la enseñanza de Jesús. Tampoco parece, en mi opinión, haber tenido en cuenta el papel de la mujer en los inicios del cristianismo. He aquí, en todo caso, una cuestión capital e ineludible, ahora que tanto se habla de reforma en la Iglesia, sobre la que se debería reflexionar en profundidad: el uso que, históricamente, se ha hecho del magisterio.

"Al margen de la cuestión del sacerdocio de las mujeres, llama muy poderosamente la atención que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI movieran un dedo para eliminar  de hecho la miserable hostilidad eclesial que se ejercía de hecho sobre las mujeres"

Las palabras del Papa emérito sobre la misericordia en San Juan Pablo II -  Vatican News

Al margen de la cuestión del sacerdocio de las mujeres, llama muy poderosamente la atención que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI movieran un dedo para eliminar de hecho la miserable hostilidad eclesial que se ejercía de hecho sobre las mujeres. Al menos, parece, digo yo, que se podía esperar un trato y consideración de las mujeres en la Iglesia más cercano y próximo a la igual dignidad con el varón. Sin embargo, nunca fue así. La manifiesta contradicción al respecto consistía en que “la articulación de dicha igualdad esté (estuviese) mucho más y mejor desarrollada en la sociedad civil que en el seno de nuestras comunidades” cristianas (Carta a Francisco del ‘Foro Curas de Madrid’).

Se habló muchísimo, se elaboraron, como nunca, bellos documentos de exaltación de la mujer. Pero, en la práctica, se continuó abrazados al clericalismo imperante (masculinización), a la discriminación inconcebible de la mujer, a la parálisis total del desarrollo efectivo de la igualdad dignidad con el varón. Frente a todo ello, nadie, oh contradicción, se  atrevió, como debía, a mover ficha. 

"Frente a todo ello, nadie, oh contradicción, se  atrevió, como debía, a mover ficha"

No es fácil dar con una explicación convincente. Tiendo a pensar si no habrá ocurrido que el Espíritu Santo se quedó traspuesto y los humanos aprovecharon el momento para hacer de las suyas. Es posible.

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