El cardenal argentino preside la sexta misa de los Novendiales El sentido homenaje de Tucho a su maestro y amigo Francisco, un gran trabajador

Una celebración en el Día del Trabajador, algo “tan cercano al corazón del Papa Francisco”
Francisco era alguien que siempre trabajó muchas horas cada día, nunca tenía un día libre, ni en Roma, ni antes en Buenos Aires
Bergoglio y Tucho, el maestro y el discípulo, los dos amigos. Una amistad que construyó pensamientos comunes, modos compartidos de entender el mundo, la vida, la Iglesia
Bergoglio y Tucho, el maestro y el discípulo, los dos amigos. Una amistad que construyó pensamientos comunes, modos compartidos de entender el mundo, la vida, la Iglesia
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
Si hiciésemos una lista con los papables, una costumbre en los últimos días, el Cardenal Víctor Manuel Fernández, ocuparía uno de los últimos lugares, dada su condición de argentino. Pero si el propio Francisco hubiera hecho esa lista siguiendo el criterio de la amistad y la cercanía, probablemente Tucho ocuparía uno de los primeros lugaresentre los cardenales.

Una celebración desde el corazón
Esa situación ha permitido que el último prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe en el pontificado de Francisco pudiese celebrar y hablar desde el corazón. En el sexto día de los Novendiales, las nueve misas en sufragio por el pontífice, no solo celebró en memoria del Papa, lo hizo también para recordar al maestro y amigo, una amistad que venía de lejos, fraguada en Buenos Aires, que llevó al cardenal Fernández a ser considerado por mucho como el teólogo del Papa, del mismo modo que antes lo había sido del arzobispo Bergoglio.
Su saludo de “Bona sera” al principio de la homilía, nos trasladó a aquel 13 de marzo de 2013 en el que Francisco inició su pontificado con ese saludo de buenas tardes a la multitud reunida en San Pedro. Un Francisco de quien Tucho dijo que ya “es plenamente de Cristo”, recordando que en el caso de Jorge Bergoglio eso fue algo que sucedió desde su bautismo, y a quien “seguramente Cristo no le abandonó, no le perdió”.
La dignidad del trabajo
Una celebración en el Día del Trabajador, algo “tan cercano al corazón del Papa Francisco”. Un Papa que siempre habló de “la dignidad del trabajo”, como recordó el cardenal, llamando deshonestos a quienes “han dicho que el Papa Francisco defendía a los vagos, a los zánganos, a los delincuentes”.
Tucho recordó la historia de la familia Bergoglio, piamonteses que llegaron a Argentina, “con muchas ganas de arremangarse y construir un futuro para sus familias”. Debe ser esa la causa de que Francisco pensase que “el trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar sus capacidades, le ayuda a crecer en las relaciones, le permite sentirse colaborador de Dios para cuidar y mejorar este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos. Por eso el trabajo, más allá de las penurias y dificultades, es un camino de maduración humana”, citando ejemplos presentes en la vida y magisterio del último Papa.
No en vano, un concepto fundamental en Francisco era “el valor infinito de todo ser humano”, lo que tiene que llevar a promover cada persona, a dejar que desarrolle sus capacidades y así ser promovida en toda su dignidad. Algo que llevó a Tucho a reflexionar sobre el concepto de meritocracia, en la que mucho influyen las circunstancias de vida, que lleva a algunos, como el caso de un cartonero de Buenos Aires, a elegir entre estar con los hijos o llevarles comida.
La meritocracia
El Papa Francisco, recordó el cardenal argentino, decía que “nos hacen pensar que la mayoría de los pobres lo son porque no tienen 'méritos'”. Una realidad que le lleva a cuestionarse: “¿los menos dotados no son personas humanas? Los débiles ¿no tienen la misma dignidad que nosotros? Los que nacen con menos posibilidades, ¿deben limitarse simplemente a sobrevivir? ¿No tienen la posibilidad de tener un trabajo que les permita crecer, desarrollarse, crear algo mejor para sus hijos?”. Ante ello denunciaba que “de la respuesta que demos a estas preguntas depende el valor de nuestra sociedad”.
Palabras en las que parecía que estábamos escuchando a Francisco, un Papa sin pelos en la lengua, al que definió, como muchos constatan y el propio Tucho bien sabe, como un trabajador. Francisco era alguien que siempre trabajó muchas horas cada día, nunca tenía un día libre, ni en Roma, ni antes en Buenos Aires, destacando, hasta el punto de ser percibida su emoción en ese momento, que “con las pocas fuerzas que tal vez tenía en sus últimos días se hizo fuerte para visitar una cárcel”, lo que calificó de heroico.

Francisco se realizaba trabajando
Un trabajo que Francisco, en palabras de Tucho, comprendió como su misión, como su respuesta al amor de Dios, como la expresión de su su preocupación por el bien de los demás. Desde ahí, pidió a los trabajadores de la Curia vaticana, invitados en este sexto día de los Novendiale, “ser responsables y esforzarnos y sacrificarnos en nuestros compromisos”, que vean el trabajo en la Curia como “un camino de maduración y realización como cristianos”.
Todo bajo la intercesión de San José, a quien Francisco tenía tanta devoción y le confiaba la resolución de sus problemas. Es lo que uno también hace con los maestros, con los discípulos, con los amigos, es lo que debieron hacer tantas veces Bergoglio y Tucho, el maestro y el discípulo, los dos amigos. Una amistad que construyó pensamientos comunes, modos compartidos de entender el mundo, la vida, la Iglesia.
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