El mundo no va a la deriva porque Dios ama lo que ha creado y no puede dejar de amarlo. Sería incomprensible, por consiguiente, que después de habernos creado, Dios nos dejara de sostener entre sus manos y nos soltara para quedar aplastados contra el suelo. Estamos pues siempre entre las manos de Dios.
Esto lo vemos en la Sagrada Escritura: Dios crea el hombre y la mujer, éstos desobedecen su mandato, los echa del paraíso pero les promete que volverán a él. En los relatos la Biblia vemos siempre la misma actitud del Creador,
él ama su criatura, no lo abandona a su suerte sino que lo acompaña durante su vida, en sus fallos perdona sin condiciones.
Dios quiere que yo sea como él, ya que creó al hombre a su imagen y semejanza y Dios actúa en mi vida
para que yo sea a imagen y semejanza suya. Esta bondad del Creador hace que el hombre reaccione con una acción de gracias hacia él. Una expresión de esta gratitud es ofrecerle sacrificios. El salmo ciento quince lo expresa claramente:
“Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando tu nombre Señor”. Texto: Hna. María Nuria Gaza.