simple meditación Si quieres ser feliz sé como el agua

esa misma agua mansa y maravillosa puede producir atrocidades increíbles como las pasadas inundaciones de Alemania o las más recientes de Cataluña

“las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni podrán anegarlo los ríos”

no cabe mejor símbolo para ese don de Dios que los cristianos llaman “Espíritu Santo”.

El agua tiene mil virtudes: limpia, calma la sed, es fuente de vida… Hoy quiero fijarme en una que nadie formula tan bien como el Tao Te King de Lao Tse: “la forma suprema de bondad es como el agua. El agua sabe cómo beneficiar a todas las cosas sin combatir con ninguna… Nada hay en el mundo tan blando y débil como el agua; sin embargo nadie puede superarla en disolver lo duro y lo inflexible” (8 y 78).   

Nuestra Edad Media arregló un hexámetro de Ovidio convirtiéndolo en un famoso refrán: “la gota horada la piedra no por fuerza sino por constancia” (gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo). Rabindranath Tagore decía que entre las tres cosas que nunca nos cansamos de contemplar, una de ellas es el agua que corre. Y un texto mío de literatura del bachillerato citaba un verso que ya no sé de quién es: “si quieres ser feliz, sé como el agua”. Lo recuerdo porque entonces me desilusionó profundamente: la horchata y la naranjada me parecían mucho más sabrosas que la insipidez del agua...

En el cristianismo el agua es el mejor símbolo del Espíritu Santo. [Lástima que eso no lo supiera aquel político independentista que se reía de los cristianos porque creen que un pájaro fecundó a una mujer… Aunque se le puede perdonar porque hay en todos los suyos una tendencia ciega a confundir lo simbólico con lo real: todos declararon en el juicio que su declaración de independencia “había sido simbólica”. Luego la tomaron como real y pasa lo que pasa].

Pero volvamos a lo nuestro: el bautismo cristiano no es, como el de Juan Bautista, la limpieza de un mal-llamado pecado, sino la inmersión en esa inmensidad divina que es fuente de vida, de bendición de humildad, y de paciencia perseverante. Jeremías habla de Dios como “manantial de aguas vivas” (17,13), mientras el salmista siente “sed de Dios, del Dios vivo” (42,2).

Y aquí viene lo asombroso: esa misma agua mansa y maravillosa puede producir atrocidades increíbles como las pasadas inundaciones de Alemania o las más recientes de Cataluña. Como si quisiera visibilizar aquello que escribió R. Otto: el Dios fascinante es también el Dios tremendo. Sin embargo, ese miedo al agua no puede llevarnos a rechazarla porque entonces se producen sequías y los incendios consiguientes, como pasó en España. De modo que Alemania inundada y España ardiendo podrían hoy poner al día los dos famosos “castigo” bíblicos: el llamado “diluvio universal” y el fuego de Sodoma y Gomorra.

Ante lo tremendo del agua será bueno recordar otras frases bíblicas: “las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni podrán anegarlo los ríos” (Cant 8,7), porque “cuando cruces las aguas yo estaré contigo; la corriente no te anegará” (Is 42,3): el amor viene a ser como el arca de Noé en el mito del diluvio.

   Y es que el rechazo del agua no va a librarnos de la sed. Y acabaremos bebiendo en “aljibes agrietados” como dijo el profeta Jeremías. (2,13). O, mejor aún, con formulación del Gautama Buda: el ser humano es un animal sediento que tiende a saciar su sed bebiendo agua salada.

¡Agua!: inmersión de vida, frescura o calidez según haga falta, limpieza, transparencia, sed saciada… Todo de la manera más simple y sencilla y sin que las amenazas y los miedos nos lleven a “apagar el amor”. Realmente no cabe mejor símbolo para ese don de Dios que los cristianos llaman “Espíritu Santo”.

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