Los obispos y las organizaciones católicas luchan contra la explotación generada por la minería ilegal Sudáfrica, la Iglesia apoya a los mineros

Minería en Sudáfrica
Minería en Sudáfrica Joburg

La actividad minera ha sido siempre la alegría y la cruz de una nación que cuenta con la tercera economía más dinámica del continente africano. El compromiso del episcopado y de las organizaciones católicas para sanar las injusticias y defender a los inmigrantes clandestinos explotados en sitios ilegales

(Vatican News).- Dos caras de la misma moneda. Una menos salvaje de lo que se podría pensar. La otra más problemática y preocupante. Una legal, aunque hasta cierto punto. La otra totalmente ilegal, y claramente controvertida.

La actividad minera en Sudáfrica ha sido siempre la alegría y la cruz de una nación que presume de tener la tercera economía más vibrante del continente africano y que continúa creciendo gracias a ese sector que representa el 6% del producto interno bruto. Una porción valorada en aproximadamente 10.000 millones de dólares, pero cuyas ganancias no se reparten de manera equitativa entre los propietarios de las compañías mineras y las 500.000 personas que trabajan para ellas.

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Un pueblo mayoritariamente sudafricano y con un número creciente de inmigrantes, principalmente provenientes de Esuatini y Mozambique. Aquí entramos en un territorio borderline: porque ellos tienen un contrato, reciben un salario mínimo, pueden acudir a un marco legal y normativo, inscribirse en sindicatos que los defienden. Pero no reciben lo que realmente les corresponde.

Injusticia histórica

P. Peter John Pearson la define como una injusticia histórica sobre la cual se ha fundado todo el sector económico desde sus inicios: "Una enorme desigualdad entre la riqueza que permanece atrapada en manos de los propietarios de las minas y los pocos centavos que terminan en los bolsillos de los mineros".

El director de la Oficina de Relaciones Parlamentarias, creada en la Conferencia Episcopal de África Austral, cuenta a los medios vaticanos que la Iglesia local siempre ha estado comprometida en la lucha por reparar los agravios históricos sufridos por los mineros.

Y hay muchas formas de hacerlo, no solo apoyando a los sindicatos en la lucha por la mejora salarial: "Existen varias posibilidades. Por ejemplo, construyendo en las comunidades mineras escuelas y clínicas, o subsidiando a las familias que han trabajado en la extracción durante generaciones".

Salud en riesgo

Luego está el problema de la salud, cada vez más en peligro. Las condiciones precarias del trabajo en las minas favorecen la tuberculosis, y el polvo inhalado sin protección adecuada provoca silicosis. La Iglesia local tampoco ha sido indiferente en este aspecto.

"Hemos emprendido una acción colectiva para que quienes se enfermaron y no recibieron indemnización puedan ser compensados. Al final, ganamos nosotros", recuerda padre Pearson.

Esfuerzo ecuménico

La reparación de los agravios históricos en el sector minero es un esfuerzo ecuménico que también involucra a la Iglesia anglicana y a la metodista, y que ha sido recibido con beneplácito por parte de los propietarios de las minas, los trabajadores y los sindicatos. En esencia, se ha creado un espacio informal donde, de manera no oficial, se discuten los problemas y se buscan soluciones a las controversias.

"Y, además – añade el religioso – esta acción ecuménica también incluye la defensa del medio ambiente: monitoreamos los daños que provoca la industria minera, poniendo en crisis la sostenibilidad".


La tragedia de la mina de oro de Stilfontein, a 150 kilómetros al suroeste de Johannesburgo, donde a principios de este año murieron decenas de trabajadores atrapados bajo tierra durante meses, representa la otra cara de la moneda. La completamente ilegal. Sitios de extracción como este, sin concesiones ni permisos, han sido cerrados y desmantelados por el gobierno en unas sesenta ocasiones. Pero quizás solo sean la punta del iceberg.

Sin documentos

Y así como estas minas fantasmas son ilegales, también lo son los mineros: sudafricanos huyendo del desempleo y muchos inmigrantes clandestinos sin documentos que, dispuestos a dejar atrás las miserias de su país de origen, aceptan cualquier condición.

Y aquí es donde la cuestión se vuelve delicada, adquiriendo contornos de claroscuros. Porque si es cierto, como dicen el gobierno y los industriales, que las minas ilegales están sustraendo millones de dólares a la economía regular, también es cierto que la lucha contra este sector paralelo está tomando tonos duros que buscan criminalizar a los inmigrantes que terminan en las trampas de los explotadores del subsuelo.

La preocupación de toda la Iglesia local y del padre Pearson ya ha llegado a niveles muy altos: «La existencia de las minas ilegales se presenta como un caso de apropiación por parte de los clandestinos y se suma a una actitud xenófoba que se concreta en devolver a muchas personas a las fronteras, incluso llegando a la detención y deportación forzada. Una actitud que hoy en día está muy extendida en todo Sudáfrica».

En primera línea

Los obispos y las organizaciones católicas no se quedan atrás y ayudan en lo que pueden a todos los migrantes, incluso a los irregulares. Lo hacen principalmente denunciando con fuerza el sistema de reclutamiento de mano de obra que en este caso parte desde Mozambique y Zimbabue, naciones sumidas en una pobreza extrema.

Trata en aumento

Es una verdadera trata, revela el director de la Oficina de Relaciones Parlamentarias, gestionada por una especie de «sindicato del mal que promete a la gente la quimera de un buen trabajo, pero que en realidad oculta explotación sin reglas, mal pagado y peligroso. Esta forma de trata está ganando terreno sobre las que tradicionalmente gestionan el trabajo doméstico, la explotación sexual y el empleo agotador en las granjas y fincas».

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