Al ser creado el ser humano a imagen y semejanza del Señor y significado en protección y familiaridad con el Padre del Universo, no deberíamos ignorar el respeto y generosidad que debemos a los demás hermanos de la Creación. Así lo sugiere Francisco: “Sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana.” La fotografía que nos acompaña de un jumento al que pretendieron imponer una carga excesiva, nos provoca, sin duda, risa, pero acaso también, si somos biennacidos, conmiseración y protesta.
LOS DEMÁS SERES VIVOS NO DEBEN SER CONSIDERADOS
COMO MEROS OBJETOS
“A partir de los relatos bíblicos, consideramos al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto. Pero también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo”(Francisco, Laudato si, 81/82).
LLEVADO, TRAÍDO, VAPULEADO, ROTO
Enfrascado en la lectura de poemas del último libro de José Julio Cabanillas, “Vigilia”, descubrí los originales versos de “El burro”, animal que nos informa, es él quien nos habla en primera persona, de su gris pero milenaria presencia por los campos, sobre todo, de Eurasia y África. Bien se resume la labor silenciosa, pero sacrificada, del humilde borrico en los cuatro participios siguientes: “llevado, traído, vapuleado, roto...”
No por casualidad dedica José Julio estos versos a G. K. Chesterton, quien, por ejemplo en su famoso poema “El burro”, se describe, con el buen humor de siempre, de esta guisa: “La cabeza de monstruo y con las alas / raras de mis orejas color gris, / soy la caricatura del diablo / andando a cuatro patas por ahí.” Claro que en la cuarteta final, identificándose con el borriquillo del Domingo de Ramos, confesará su íntima verdad: “Y, siempre mudo / me guardo mi secreto para mí, / porque vosotros olvidáis mi hora / que fue inmortal, tremenda y dulce. Allí / alzaban todos a mi paso palmas / y aleluyas al Hijo de David.”
EL BURRO
Homenaje a G. K Chesterton
En mi primer recuerdo brotó la historia. Si lo pienso,
una quijada mía perpetró el primer crimen.
iZas! y la sangre inocente de Abel manchó la yerba
fresca, recién segada del Edén.
Mi vida se sucede en una anónima cofradía de
hermanos
que en hilera construyen los zigurats de Ur,
palacios en Persépolis,
mastabas de escribanos de Amenofis II.
Una tarde en el Nilo bebí la misma agua
que acariciaba el cuerpo desnudo de la reina.
Con el pueblo judío atravesé el mar Rojo.
Mil y un soles me han visto surcar el mapamundi.
Paciente, atareado, de ojo agudo,
en mi lomo he llevado profetas, generales,
trigo, mujeres, rifles, cartas de amor, tesoros.
Di mi aliento al Mesías y con Él saludé a la turba
radiante
que extendía sus vestidos a mi paso
por las callejas de Jerusalén.
Llevado, traído, vapuleado, roto. Soy viejo con el
mundo,
su arrugado pellejo. Su suerte se confunde con
la mía:
nunca nadie ha querido dar mi nombre a una estrella.
Y LA PIEDRA TERRIBLE CONTRA EL CRÁNEO
Hace tiempo descubrí en la literatura de Pacheco el extraordinario poema “Perra en la tierra”: una perra en celo, cortejada por su manada, se entrega al amor... “No hay orgía / sino una ceremonia sagrada.” También hay risas de humanos y alguna pedrada. Se atreve el poeta a llamarla “perra-diosa”. “Por un segundo ella es el centro de todo. / Es la materia que no cesa. Es el templo / de ese placer sin posesión ni mañana” (pulsar).
Ahora, por favor, leed despacio, con emoción, el siguiente poema de Francisco Brines: “Muerte de un perro”. Si en Pacheco los protagonistas son la perra en celo, la manada y la naturaleza en plenitud, aquí, lo escribo con lágrimas, los actores principales son muchachos que asaltan al perro y le obligan a deshacer el nudo con el cuerpo del otro, “y la piedra terrible contra el cráneo, / y muchas piedras más...”
MUERTE DE UN PERRO
Llegando a la ciudad
pude ver que asaltaban los muchachos al perro
y le obligaban, confundidos los gritos y el aullido, a deshacer el
nudo con el cuerpo del otro,
y la carrera loca contra el muro,
y la piedra terrible contra el cráneo,
y muchas piedras más.
Y vuelvo a ver aquel girar
de súbito, todo el espanto de su cuerpo,
su vértigo al correr,
su vida rebosando de aquel cuerpo flexible,
su vida que escapaba por los abiertos ojos,
cada vez más abiertos
porque la muerte le obligaba, con su prisa iracunda,
a desertar de dentro tanta sustancia por vivir,
y por el ojo sólo tenía la salida;
porque no había luz,
porque sólo llegaba tenebrosa la sombra.
Allí entre los desechos
de aquel muro de inhóspito arrabal
quedó tendido el perro;
y ahora recuerdo su cabeza yerta
con angustia imprevista:
reflejaban sus ojos, igual que los humanos,
el terror al vacío.
SE DIVIERTEN CUANDO MI FURIA HACE SONAR LAS REJAS
Como en el poema “El burro”, el personaje que expresa aquí sus sentimientos es un mono babuino nacido en la misma jaula que le exhibe. Sueña con una libertad que nunca ha conocido y teme que nunca llegará a conocer. Fechados estos versos a finales de los 70, corresponde su filosofía a una época de transición entre un zoológico cárcel y un zoológico safari inspirado en su hábitat natural. El mexicano José Emilio Pacheco es el solidario autor de “Monólogo del mono”.
MONÓLOGO DEL MONO
Nacido aquí en la jaula, yo, el babuino,
lo primero que supe fue: este mundo
por dondequiera que lo mire tiene
rejas y rejas.
No puedo ver nada
que no esté ennegrecido por las rejas.
Dicen: Hay monos libres.
Yo no he visto
sino infinitos monos prisioneros,
siempre entre rejas.
En las noches sueño
con la selva erizada por las rejas.
Mi existencia consiste en ser mirado.
Viene la multitud que llaman “gente”.
Le gusta enardecerme. Se divierte
cuando mi furia hace sonar las rejas.
Mi libertad es mi jaula. Sólo muerto
me sacarán de estas brutales rejas.
TRÓPICO, de Roberto Cabral
CUANDO MIRAS DESPACIO, de Eloy Sánchez Rosillo
SEÑOR, ¿ME ECHAS EN FALTA?, de Pilar Paz Pasamar
SEÑOR, ENSÉÑAME, de Rafael de Andrés