La romántica escena de Adán y Eva en el Edén, que nos acompaña, parece contradecir a la teología de la creación que algunos creyentes patrocinan al interpretar peligrosamente el inicial relato del Génesis (Gn 1,28), donde Dios invita al hombre a “dominar la tierra”. “Dominar”, en ese contexto, no es un proyecto negativo, de consecuencias desastrosas en la época de la Revolución Industrial y hoy, cosificando, manipulando, degradando el medio ambiente. La misión divina de “dominar la tierra” nos explica que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y enviado a la creación como vicario suyo, gerente, tutor, administrador responsable del mundo, comprometido con la exigente tarea de inspiración y fermento de una humanidad solidaria.
LLENAD LA TIERRA Y SOMETEDLA, DOMINAD EN LOS
PECES DEL MAR, EN LAS AVES DE CIELO... (Gn 1,28)
“No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas” (Francisco, Laudato si, 67).
Y TODO EL MAR SE VUELVE UN MAR DE SANGRE
El poema “Ballenas”, del prestigioso escritor mexicano José Emilio Pacheco, denuncia líricamente el repetido atropello sufrido por estos gigantescos cetáceos, misteriosos, pacíficos, infatigables migratorios. Durante el siglo pasado, casi tres millones de ballenas fueron exterminadas utilizando métodos que causaban un enorme y prolongado sufrimiento.
En 1986 fue prohibida, a escala mundial, la caza de estos cetáceos. Debido a diversas lagunas en la normativa que regula su prohibición, y con la excusa de “caza científica” se ha continuado su persecución, eliminando anualmente alrededor de 1.500 ballenas. Presentamos, en letra cursiva, la estrofa final del poema, reproduciendo fielmente el texto original que, inspirado en el libro de Job, capítulo 41, describe algunos rasgos de Leviatán, criatura de los océanos que Dios creó y Dios sostiene.
BALLENAS
Grandes tribus flotantes, migraciones,
áisbergs de carne y hueso, islas flotantes.
Suena en la noche triste
de las profundidades
su elegía y despedida,
porque el mar
fue despoblado de ballenas.
Sobrevivientes de otro fin de mundo,
adoptaron la forma de los peces
sin llegar a ser peces.
Necesitan salir a respirar
cubiertas de algas milenarias.
Entonces
se encarniza con ellas la crueldad
del arpón explosivo.
Y todo el mar se vuelve un mar de sangre
cuando las llevan al destazadero
para hacerlas lipstic, jabón, aceite,
alimento de perros.
Sus ojos son los párpados del alba.
De sus narices sale humo
como de olla o caldero que hierve.
En su cerviz está la fuerza
y delante se esparce el desaliento.
DIOS LE DEJÓ EN EL JARDÍN DEL EDÉN PARA QUE LO LABRASE Y CUIDASE (Gn 2,15)
“Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza.
Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23)” (Francisco, Laudato si, 67).
ABRAZADA A SU TRONCO
Nos habla el texto papal de “una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”. La poeta murciana Dionisia García nos ofrece un mínimo relato. “Era noche y llovía.” Medio escondido detrás de una valla, la espera su amigo el pino. Cordial, íntima, ella le abraza y besa. Responde emocionado el árbol en este juego de ternuras. La escritora descubre: “Con asombro percibo / que el pino se estremece”.
DE LOS ÁRBOLES
Enfrente de la casa
el pino es la señal,
si calma o viento.
Su sitio tras la valla,
aislada referencia,
como si nadie viera
su verdor y hermosura.
Era noche y llovía.
De sus aljumas quietas
se desprende el aroma.
Al mirar a lo alto,
un goteo en el rostro
aviva mi sonrisa.
Me acerco más al árbol;
abrazada a su tronco
aproximo los labios
a la corteza húmeda.
Con asombro percibo
que el pino se estremece.
LO TOMÉ EN MIS MANOS...
Joaquín Benito de Lucas nos entrega una deliciosa historia de relación poeta–pájaro herido. Intentaba volar un gorrión accidentado bajo la lluvia. “Con los ojos cerrados / le escuchaba llorar, pedir auxilio.” A Benito de Lucas se le ocurre, de pronto, llevárselo hacia el pecho, soplarle amor y vida. ¿La respuesta del ave, su regalo al poeta? Volar, volar, volar “hacia otro cielo...”.
GORRIÓN HERIDO
Era una primavera lluviosa. El tenue peso
de las gotas caía sobre el ala indefensa
de un gorrión herido que a la orilla
del río intentaba inútilmente el vuelo.
Con los ojos cerrados
le escuchaba llorar, pedir auxilio.
Los niños protegidos
por el dintel sonoro de la infancia
reían contemplando su lucha con la muerte.
(Nosotros no sabíamos
nada de muerte ni de lucha, sólo
habíamos aprendido
a reír bajo un cielo ceniciento).
Y, de pronto, pensé, por qué no hacerlo.
Como si fuera yo quien se mojara
–tan tierno e indefenso como él–
corrí en su ayuda, lo tomé en mis manos
–era algodón mojado– lo apreté contra el pecho,
le soplé con mi aliento entre las plumas
y con las alas vírgenes de lluvia
voló zigzagueante hacia otro cielo.
TRÓPICO, de Roberto Cabral
CUANDO MIRAS DESPACIO, de Eloy Sánchez Rosillo
SEÑOR, ¿ME ECHAS EN FALTA?, de Pilar Paz Pasamar
SEÑOR, ENSÉÑAME, de Rafael de Andrés