Y "sin Espíritu Santo, no es Iglesia la Iglesia" Antonio Aradillas: "A la Iglesia le falta Espíritu Santo"

Espíritu Santo
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"Pentecostés"–"día quincuagésimo", para los cristianos rememora y actualiza la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y primeros cristianos, cincuenta días después de la Pascua

Hay que destacar que acerca del Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, "misterio insondable" por definición, sabemos poco. Muy poco

Los expertos advierten la existencia de 126 términos referentes al Espíritu Santo en la Sagrada Biblia, entre ellos: "Espíritu de la Verdad, Sabiduría, Espíritu de Dios, Gloria, Revelación, Entendimiento, Conocimiento, Don de profecías, de discernimiento..."

En la Iglesia, en el resto de las religiones y en el mundo en general, se echa de menos dramáticamente la presencia del Espíritu Santo

Sin Espíritu Santo, no es Iglesia la Iglesia. Aún más, esta es y será lo que es y se crea y practique de verdad que es y como actúa el Espíritu Santo

Pese a la condición de “nuestra, de santa y de madre”, todos los cristianos quisiéramos que la Iglesia, fuera perfecta o mejor, plus-quamperfecta. Pero la vida es como es y la perfección no es precisamente característica propia y definitoria de lo que son tanto las personas como las entidades. En el mejor de los casos hay que conformarse con su aspiración, siempre y cuando esta sea decidida y tenar…, y después que ¡sea lo que Dios quiera…!

Con un convencimiento tan simple como este, es forzoso admitir que a la Iglesia le falta mucho para ser perfecta. Es decir, tiene que ser de por sí imperfecta. Por lo de que las adjetivaciones y aún contenidos, expresados y creídos, con la mejor de las intenciones, están “perfectamente” de más. Sus sobras, o excesos, están a la par con sus carencias o faltas. En el entorno de la fiesta de Pentecostés, del puñado de sugerencias que se salmodian en relación con el Espíritu Santo, subrayo las siguientes:

“Pentecostés” –“día quincuagésimo”- fue y es para los judíos fiesta agraria de acción de gracias, que conmemora la promulgación de la Ley en el Sinaí. Para los cristianos rememora y actualiza la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y primeros cristianos, cincuenta días después de la Pascua. Hay que destacar con prisas y en profanidad, que acerca del Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, - “misterio insondable” por definición-, sabemos poco. Muy poco. El adoctrinamiento ha sido, y es, escaso, además de confuso. No es, ni mucho menos, tema frecuentado en las homilías, sermones, catequesis y adoctrinamientos pastorales, dedicados la mayoría de ellos a otros de origen y proyección ético- moral y en concreto al sexual, lo mismo en versiones episcopales que sacerdotales…

Ya desde los tiempos primeros, a los propios apóstoles les sorprendieron repetidamente preguntándoles qué era “eso del Espíritu Santo”, no quedándose tranquilos los interrogadores ante la falta de claridad de las contestaciones más o menos “oficiales” y al uso.

Y la Iglesia en general sigue siendo y estando falta de tan necesarias respuestas, por lo que la devoción a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es tan enclenque e imprecisa, hasta haber sido considerado como normal su ubicación en el denso y obtuso apartado del negociado contradictorio de “doctores tiene la Iglesia…” Determinaciones como estas contribuyeron y contribuyen a que doctrinal, ascética y testimonialmente, del Espíritu Santo apenas si se tenga constancia en el organigrama de la vida cristiana y en la proyección veraz, religiosa y activa de la Iglesia de Jesús.

En la Sagrada Biblia –Antiguo y Nuevo Testamento- , los expertos advierten la existencia de 126 términos referentes al Espíritu Santo. Su repaso y localización centrada en el contexto en el que se hallan tales referencias, entreabren las puertas y, en ocasiones hasta las abren de par en par, al conocimiento y reconocimiento del Espíritu Santo en el misterio-ministerio salvador de la Iglesia.

De entre la doctrinadora letanía de términos bíblicos, de fácil y obligada transmisión a la teología, a la pastoral y la vida ascética y mística, pongo aquí y ahora el acento en estos:

“Espíritu de la Verdad, Paráclito, o Consolador, Sabiduría, Espíritu de Dios, Gloria, Revelación, Entendimiento, Conocimiento, Don de profecías, de discernimiento, de discreción, de gracia y del Señor, de adopción y de vida, Ayudante y Colaborador de Jesús, el Poder del Altísimo, Espíritu del Padre, Amor, Fidelidad, Armonía, Tolerancia, Longanimidad, Amabilidad, Bondad, Modestia, Aliento y Viento de Dios, Virtuoso Trasmisor de la información acerca de Dios, Consejero, Maestro, Interlocutor, Misericordia de Dios…”

Definiciones y “frutos” del Espíritu Santo, y de su presencia en la Iglesia, son muchas más, descubiertas y por descubrir todavía, a la espera de algún nuevo mérito o merecimiento por nuestra parte, dado que la bondad y la gracia de Dios carecen, de por sí, de medida….

La Iglesia hoy, como siempre, pero como nunca, necesita de Espíritu Santo. La Tercera Persona parece haber sido exiliada de su esquema doctrinal y de vida. Está como inactiva. Pasiva e impasible para muchos de sus seguidores, no pocos de ellos hasta haber llegado a la anatematizadora convicción de que su símbolo y representación de “paloma” –“compendio de mansedumbre y amor” en la historia de las más antiguas culturas-, y con sus ramos de olivo en el pico testimoniando el fin del diluvio, o a orillas del Jordán en el bautismo de Jesús a manos de Juan, hubiera sido inmisericordemente escopeteada por cazadores furtivos o aún con licencias “oficiales” venatorias y reglamentadas…

En la Iglesia, en el resto de las religiones y en el mundo en general, se echa de menos dramáticamente la presencia del Espíritu Santo. Por ello, la festividad de este año habrá de distinguirse por el especial interés que lo define de encarnar la Verdad y dar testimonio de ella. La pluralidad en la unidad trinitaria, junto al Padre y al Hijo, es esencial en toda convivencia y más en la religiosa… En la Iglesia sería y es grave pecado achacarle al Espíritu Santo actividades y justificaciones que, en realidad y a la hora de los hechos, no les son propias ni adecuadas, como, por ejemplo, en los nombramientos de obispos, muchos de ellos fruto y consecuencias de políticas y politiquerías impensablemente eclesiales…

Sin Espíritu Santo, no es Iglesia la Iglesia. Aún más, esta es y será lo que es y se crea y practique de verdad que es y como actúa el Espíritu Santo.

Fe

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