Macario Ofilada La Comunión de los Santos

(Macario Ofilada).- Escribo este post este último fin de semana de octubre, 2016. Hay atascos en las diversas carreteras de esta isla filipina de Luzón, pues mucha gente regresa a sus pueblos para pasar ahí este puente o fin de semana largo de Todos los Santos y conmemoración de Todos los Fieles Difuntos.

Los filipinos no reflexionamos mucho sobre la Comunión de los Santos, que es el tema de la Solemnidad entre Halloween -que sí el Halloween estadounidense ha hecho mella en nuestra cultura filipina popular- y la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos.

Familias y dolientes pernoctan, cenan, comen, tocan música, pasan la jornada en los cementerios en compañía de sus seres queridos difuntos con cartas, televisores, portátiles, libros, móviles, consolas, microondas, contenedores de comida, vajillas, alcohol, marijuana, etc. Está claro que para los filipinos los difuntos siguen con nosotros de alguna manera, por nuestro animismo innato, y por nuestra obsesión "pagana" con los totem y monumentos fúnebres.

Esto demuestra que la vida sigue igual incluso en la "ausencia" de los seres queridos cuya memoria se dramatiza estos días. Y me enteré, hace unos días por Religión Digital, de que la losa de la tumba de Jesucristo fue retirada por primera vez en siglos, lo cual me recuerda lo que había escrito en el post anterior: "nuestra fe nació precisamente porque la tumba estaba vacía". Merece la pena repetirlo aquí.

Se dice con cierta ironía por aquí que el 2 de noviembre es el mejor día para ir al cementerio porque la gente ya ha vuelto por esta fecha a su vida cotidiana pero con la memoria de los difuntos tan viva en sus corazones, hogares y lugares de trabajo.

Muchos filipinos piensan que Todos los Santos equivale a Todos los Difuntos. Y no es así. Por eso, quiero hacer una reflexión sobre la Comunión de los Santos.

Tomo como punto de partida el post que publiqué el otro día sobre la instrucción de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe (CDF), "Ad resurgendum cum Christo". En él, centraba mis observaciones críticas en tres puntos del documento que juzgué como "significativo" y cuyo uso o manejo de las Sagradas Escrituras y de la Tradición Cristiana califiqué en términos muy positivos.

Dejé afirmado que negar a un difunto cristiano las exequias es excluirlo de la comunidad cristiana. Lo cual significa excomunión o exclusión de la comunión de los santos. Eclesialmente, es lo peor que puede ocurrir a un cristiano, vivo o muerto. Y hay varios de los ahora reconocidos oficialmente como santos (léase "canonizados") que fueron excomulgados por las autoridades eclesiásticas de sus tiempos.

El tono de la mencionada Instrucción es intransigente, pues no permite la toma en consideración de razones higiénicas, sociales o económicas respecto a la opción de la cremación (núm. 7). Peor aún es la negación de las exequias (núm. 8): la excomunión de los difuntos que llegué a calificar como un acto diabólico.

Yo no sé mucho de la teología de la comunión de los santos pero sí sé que me duele la Iglesia. Mejor dicho, me duele la CDF; me duele que algunos de nuestros dirigentes eclesiales falten en la caridad a los pobres, tanto vivos como muertos, que no pueden seguir sus directrices por razones sociales, económicas e higiénicas.

Es una ironía que todo esto ocurra dentro del marco del Año de la Misericordia declarado por el Papa Francisco. Un año para dejar de controlar, para desmantelar los controles de frontera, los controles impuestos desde arriba sobre el sexo, la sexualidad, la convivencia humana, la reproducción, las cenizas o los restos humanos, etc.

Pido a Dios que después de este año jubilar dedicado a la Misericordia que la misma sea el tema preferido de toda la Iglesia, pues sigue siendo un tema pendiente. Yo creo que solo en clave del amor misericordioso los que seguimos en esta vida podremos llegar a formar parte de verdad de la Comunión de los Santos. Santos lo somos los militantes de la tierra (por nuestra vocación existencial y eclesial), como nos recuerda san Pablo, junto con los triunfantes que ya gozan de la visión beatífica y con los que sufren en el Purgatorio.

Solo el Amor, que solo puede traducirse en Misericordia, es el único control de frontera. Aprendamos del ejemplo de dos carmelitas, de dos doctores de la Iglesia. San Juan de la Cruz dejó escrito: "A la tarde te examinarán en el amor". Una gran discípula de él, tal vez la santa más popular de todos los tiempos, escribió: "Mi vocación es el amor... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor...Así lo seré todo".

La Comunión de los Santos es posible solo por el Amor misericordioso que también es Amor Solidario -no solitario- porque el Dios de Jesucristo, el Dios de los Cristianos es un Dios de Amor, de Amor Misericordioso: un Dios solidario en tres personas.

Estos dos últimos meses de paro laboral, he vuelto a leer sobre la comunión tanto en la Trinidad como en la Iglesia. Uno de mis autores preferidos al respecto es el teólogo ortodoxo John D. Zizioulas. Permítanme resumir su pensamiento aquí

La Iglesia, más que una institución, es un modo de existencia vinculado al ser del hombre, al ser en el mundo y al ser de Dios. Puesto que el hombre forma parte de la Iglesia, él se autoconstituye como "imagen de Dios". Esto es ante todo una relación con el mundo, con otros seres humanos y con Dios. Es un evento de comunión. Siendo así, la iglesia tiene que ser imagen de cómo Dios existe.

Preciso: Dios, que es Espíritu y Persona, existe como Amor Misericordioso, como Amor Solidario, como Comunión. La Iglesia solo puede existir como Comunión de los Santos conforme al Amor de Dios que es Misericordioso, Solidario. La Iglesia tiene que ser imagen del Dios Misericordioso, Solidario, de Comunión. Desafortunadamente, la reciente instrucción de la CDF no refleja todo esto.

Vivimos la Comunión de los Santos desde esta lado, el de la tierra. En diversas parroquias de Filipinas hay exposiciones de imágenes de diversos santos. Incluso hay procesiones o desfiles de niños y adultos disfrazados como santos para combatir la influencia del Halloween, que son más bien como desfiles de moda en vez de ser ocasiones para la plegaria comunitaria, pues muchos se ríen de los disfrazados.

En mi opinión, la gente que se dedica a estas cosas tiene buenas intenciones pero acaba siendo objeto de ridículo más que la gente que se disfraza de vampiros, brujas o fantasmas. En verdad, el camino más corto al infierno está hecho de buenas intenciones.

Todo esto está muy bien. Son actividades organizades por la "pastoralina". Pero, ¿cómo debemos vivir la Comunión de los Santos desde este lado? En mi opinión, por medio del amor, de la solidaridad, de la misericordia.

No debemos perdernos en cuestiones bizantinas de sistemas filosóficos sospechosos o vedados. Y los que se obsesionan tanto en los mismos se retratan como neurasténicos. Tampoco debemos embriagarnos tanto con el olor del incienso, el humo de las velas, el material elegante o fino de la indumentaria litúrgica, la letra gótica y menuda de nuestros misales o devocionales y con el aroma de las flores en nuestras celebraciones e iglesias.

Se nos debe ocurrir asomar las narices a la ventana para enterarnos de lo que está pasando en la calle, que es nuestra Galilea de hoy en día. En los caminos de Galilea, el Señor Resucitado, que dejó vacío su sepulcro, salió al encuentro de los hermanos. En los caminos de Galilea, se edificó la Iglesia fuera de la sacralidad de Jerusalén, lejos de las tumbas.

En los caminos de Galilea aquí en Filipinas, la comunión de los santos solo puede vivirse asomándose a las chabolas, a las viviendas de los sin techo debajo de los puentes, en los rincones fétidos de las avenidas, en los cementerios públicos, enterándose de que muchos mueren pobres o de enfermedades contagiosas o que tienen razones profundas que solo Dios entiende y que la Iglesia no debería negarles las exequias sino ser Sacramento histórico, con proyección escatológica, del Amor Misericordioso, Solidario, Comprensivo, Trinitario de Dios.

La Comunión de los Santos exige que todos seamos pastores, cuidadores, protectores de los hermanos como predicó el Papa Francisco, evocando el ejemplo de san José, el día de la Misa del Comienzo de su Ministerio Petrino.  

La Comunión de los Santos exige que nuestros pastores entiendan nuestros motivos sociales, higiénicos y económicos. La Comunión de los Santos exige que nuestros pastores no nieguen los últimos consuelos de las exequias, que para muchos dolientes significa la entrada o el ticket de su ser querido difunto al Paraíso. La Comunión de los santos exige que nuestros pastores acudan a las chabolas, a los lugares más fétidos, a los sitios más marginados sin esperar ningún donativo ni importar el estatuto social o económico del finado, para celebrar misa y las exequias para los difuntos más pobres.

No importa dónde esté el cuerpo o dónde se hallen los restos. No importa que los restos de mis queridos santos y místicos carmelitas, para citar un ejemplo, estén troceados y repartidos, gracias a una mentalidad barroca y mercenaria que sigue imperando hoy en día en Roma y en toda la Cristiandad.

Por ejemplo, mi parroquia aquí en Parañaque se alardea de tener una reliquia de primera clase de nuestro patrón san Martín de Porres, cuya memoria es el 3 de noviembre, que ahora está expuesta a la veneración morbosa de los fieles. No importa la manera de sepultar a los difuntos. Solo importan el amor, la misericordia, la comprensión, la solidaridad. Solo importa la Comunión: Dios es comunión, la Iglesia es comunión, y el hombre, parafraseando al admirado Zizioulas, es ser para la comunión (y no simplemente ser para la muerte, como rezaba Heidegger y los existencialistas).

Termino con una anécdota histórica. En su lecho de muerte, durante la recitación del Credo en el curso de la misa celebrada aquella Solemnidad de la Transfiguración en el año 1978 por su fiel secretario monseñor Pasquale Macchi, el Beato Pablo VI repetía con fuerza "Unam, Sanctam, Catholicam...". En mis últimos momentos, me gustaría repetir con fuerza también: "Creo en la Comunión de los Santos". Para ser santo, la única cualificación consiste en ser pecador que se deja amar por el Dios Misericordioso y Solidario y que intenta ser también misericordioso y solidario por el amor.

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