"Dos luces de una misma historia, de un mismo andar" Memoria y amistad en el legado del doctor Eduardo Torres Cuevas

Este artículo lo escribió el padre Manuel Uña con ocasión del fallecimiento del Dr. Eduardo Torres Cuevas, destacado intelectual cubano, el pasado 31 de agosto
La foto fue tomada el día de la presentación del libro Vivir a corazón abierto. Memorias de un sembrador, en San Juan de Letrán, La Habana, el 6 de abril de 2022
| Fr. Manuel Uña Fernández
Una fotografía que dejé en Cuba, sigue siendo sugerente. Enmarca un trozo de La Habana, la ciudad entrañable que ha sido mi casa durante casi treinta años, y la casa de muchos.
Lo que más llama la atención en ella es el contraste entre dos luces: una es la luz natural del sol del atardecer, y la otra es la luz encendida del Convento de San Juan de Letrán.
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Dos luces distintas, pero que convergen entre sí; dos luces de una misma historia, de un mismo andar. Y lo que es más importante, dos luces que buscan iluminar.
No es lo mismo alumbrar que iluminar: el que alumbra busca brillar, el que ilumina desea guiar. De modo que alumbramos por nosotros, mientras iluminamos para los otros.
Esta realidad hace que aflore a mi memoria la expresión que me dijeron los jóvenes cuando llegué a Cuba, en el año 1993, al tiempo que me regalaban una linternita: «Padre Manuel, esta luz es para que Vd. pueda ver, porque estamos en apagón».
En varias ocasiones he afirmado que mi vida en Cuba se encontraba entre dos luces: Una, la luz de la comunidad de Letrán donde vivía; y la otra, las personas con las que he coincidido a lo largo de mi camino existencial.
Y puesto que vivimos para encontrar y encontramos viviendo, vivir y encontrar se articulan en esta historia que me permitió conocer al Dr. Eduardo Torres Cuevas, q.e.p.d., a quien puedo definir como el «buen amigo» de los versos martianos:
Tiene el leopardo un abrigo
en su monte seco y pardo:
yo tengo más que el leopardo,
porque tengo un buen amigo…
Imposible olvidar la primera vez que subí las escaleras en la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz. El Dr. Torres Cuevas se encontraba pronunciando unas conferencias en Francia, y cuando me preguntaron quién le buscaba, únicamente pude decir: «Soy sacerdote dominico, vivo en la calle 19, en el convento de San Juan de Letrán».
Cuando regresó del viaje, gentilmente me avisaron, y fui a su encuentro. El objetivo de mi visita era pedirle nos honrara con su presencia, como orador, en nuestra Aula Fr. Bartolomé de las Casas, recientemente inaugurada el año 1995.
Más tarde, le nombraron director de la Biblioteca Nacional y luego, director de la Oficina del Programa Martiano. Es evidente que los distintos servicios que ha prestado no menguaron su disponibilidad, por lo que en varias oportunidades me atreví a visitarlo y pedirle su colaboración. Incluso, tuvo la gentileza de acompañarme en la presentación del libro «Vivir a corazón abierto. Memorias de un sembrador», siendo autor del epílogo.
El pasado año 2024, al celebrarse los 500 años de la fundación de la Escuela de Salamanca, mis hermanos dominicos acudieron a él y no solo aceptó participar como ponente, sino que propuso que el ciclo de conferencias que estaban programando para conmemorar la efeméride, se efectuara en el anfiteatro del Centro de Convenciones de la Universidad de La Habana y se constituyera como un curso de postgrado.
Así fue, y gracias a su mediación los Dominicos volvíamos a estar presentes en esa Alma Mater, fundada por la Orden en 1728.
Nuestra amistad, como la luz, superó distancias, manteniéndonos en comunicación hasta pocos días antes de su fallecimiento. La última llamada que hice a su esposa fue la tarde del día 30 de agosto, precisamente al comenzar el instante más álgido de su enfermedad, como si la intuición me hubiese avisado de la inminente despedida.
Hoy, muchos lamentan la partida del excelente académico, historiador, humanista. Y es cierto, se nos fue uno de los intelectuales más brillantes, un pensador esencial en nuestra América. Pero, en estos momentos, quisiera destacar su calidad como ser humano, buscador del bien y de la verdad.
Él mismo, sin pretenderlo, hizo un compendio de su sentir al referirse al Aula Fr. Bartolomé de las Casas, como un espacio lleno de encanto, por reunir a personas de muy diversos criterios pero con un denominador común: el amor a Cuba, a los valores, al diálogo que supera las barreras y abre las puertas al futuro.
Estuvimos de acuerdo en una ética de mínimos, que nos permitió armonizar las diferencias y trabajar juntos, con el deseo de formar una sociedad «con todos y para el bien de todos».
Gracias, querido Dr. Torres Cuevas. La luz de tu vida y de tu amistad permanecen para siempre. Dedicaste tu existencia no solo a interpretar la historia, sino a vivirla como servicio.
Tú mismo nos dijiste que «la historia no es un relato de fechas, sino la conciencia de lo que somos. Sin ella, el presente se vuelve ciego y el futuro, imposible». Y también, en tu testamento nos dejaste la constancia de tu amor por Cuba, a quien entregaste lo mejor de tu corazón y de tu tiempo.
Descansa en paz, maestro de la memoria, que tu luz, desde lo Alto, siga iluminando los caminos de quienes aún vivimos con el anhelo de amar y servir.
Fr. Manuel Uña Fernández, O.P.
8 de septiembre de 2025, día de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
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