"Ni el mal ni el dolor pueden ocultar el rostro del verdadero Dios" (II) Monseñor Berzosa: "En el tema del mal es necesario no partir del mito de un mundo sin mal y totalmente maravilloso"

Cristo y los ladrones
Cristo y los ladrones

"Los cristianos, aun respetando los tratados clásicos de Teodicea, en este tema del mal no partimos de lo abstracto, ni estamos obsesionados por salvar a toda costa la bondad de Dios para quitarle responsabilidad"

"El mal sólo se puede plantear desde el carácter constitutivamente dinámico o procesual de la finitud de lo creado"

"Toda ideología, toda palabra bonita, enmudece y se desenmascara ante el amor verdadero. Lo que importa son las entrañas de misericordia como las que el Señor tiene con nosotros"

Entre los pensadores e intelectuales, con más razón en estos días de pandemia del Covid-19, se afirma que, cualquier discurso o palabras sobre Dios deben pasar necesariamente por una “ponerología”, o justificación del mal y del sufrimiento en sí mismo (ponerós en griego, significa mal); para, desde ahí, desembocar en una “pisteodicea”, o justificación de la fe en Dios (pistis, es fe en griego).

En un libro de éxito, Alain Tannier, planteaba: “A mí lo que me preocupa no es lo que pasó en épocas pasadas, sino lo que vivimos hoy. ¿Por qué ahora Dios, si existe, permanece tan oculto y discreto?... Que pueda mirar sin inmutarse el sufrimiento de los inocentes, es simplemente intolerable... Un sólo niño que grita de dolor pesa más en la balanza de argumentos contra Dios que todas las bibliotecas teológicas de la tierra... Si Dios existe, ¿cómo puede soportar todo esto sin mover ni su meñique? Y sin embargo, el cielo permanece silencioso. Abominablemente silencioso. “La única excusa de Dios, es que no existe”, afirmó Stendhal. En lo que tenía toda la razón”1.

Ante este reto del ateo, un budista responde: “Ud no ignora que el budismo rechaza la perspectiva de un Dios creador del mundo que, si lo fuera, sería responsable de los sufrimientos del universo. El Buda Sakyamuni no se pronunció sobre el tema que ud. llama “Dios”. Lo que le preocupaba, y a nosotros con él, es el sufrimiento, y más precisamente la liberación del sufrimiento”2.

A los cristianos ninguna de las dos posturas, aun teniendo sus justificaciones, pueden satisfacernos. ¿Qué creemos entonces los cristianos? ¿Es posible un mundo sin mal?... Nos atrevemos a adelantar que todo el mensaje judeo-cristiano, en conjunto, y por ser una Buena Nueva de Salvación, es una respuesta al tema del mal en todas sus formas.

La peste

Los cristianos, aun respetando los tratados clásicos de Teodicea, en este tema del mal no partimos de lo abstracto, ni estamos obsesionados por salvar a toda costa la bondad de Dios para quitarle responsabilidad, sino que partimos del mal concreto; del que hace sufrir a nuestra humanidad, y, desde ahí descubrir qué relación y qué sentido tienen dicho mal con el Dios revelado cristiano, a la luz de la revelación misma de un Dios Padre, en su Hijo Jesucristo, por la luz del Espíritu Santo.

Como cristianos, no rehuimos responder a una pregunta muy comprometedora: “¿Sería posible un mundo sin mal?”. Autores como A. Torres Queiruga se lo han replanteado, con todo su crudeza y realismo, han comenzado respondiendo cómo, en este punto, tenemos que pasar del sueño de la imaginación, o del fantasma de la abstracción, al realismo de la razón. Porque la respuesta primera es ésta: el mal no se puede evitar en un mundo tal y como se nos presenta y lo conocemos3.

Desde esta perspectiva que pisa tierra, el fantasma más peligroso, como subraya A. Torres Queiruga, es el de la omnipotencia divina, es decir, el de la imagen de un Dios que podría hacer sin más cuanto Él quisiera y, por lo mismo, eliminar del mundo todos los males. Con este fantasma o imagen distorsionada de la omnipotencia divina sólo cabría elegir entre un Dios impotente, o que no podría eliminar el mal, o un Dios sádico, en cuanto Dios no quisiera eliminar el mal, tal y como ya lo proclamó Epicuro.

Incluso, desde una postura creyente, si continuamos con estas distorsiones, no quedaría más remedio, después de las críticas de la modernidad, que refugiarnos en un cierto fideísmo, es decir, recurrir de forma indebida e injusta al “misterio” como si “Dios, sí quisiera, podría evitar el mal del mundo, pero si no lo hace es por algún motivo misterioso”. Este fideísmo, o ingenua credulidad, se queda sin palabras cuando, ante hechos como la tragedia de los campos de Auschwitz, alguien replicara: “¿Qué razón o misterio podría tener Dios para consentir el mal y no evitarlo?”4… O, lo que no está sucediendo con esta pandemia del Covid-19.

El león y el cordero

En el tema del mal es necesario no partir del mito de un mundo sin mal y totalmente maravilloso. Éste no es nuestro mundo. El mal afecta a nuestro mundo y a nuestra realidad en cuanto es finita. Esto no significa que nuestra realidad sea mala en sí misma. Es “buena”, pero no de forma total y acabada. Es buena pero afectada por la limitación y el mal. Hablamos del “mal físico” y del “mal moral”. Propiamente hablando, el mal físico no es un mal en cuanto tal, sino la condición de posibilidad de un mundo finito que hace inevitable la aparición de algunos males concretos físicos.

El mal sólo se puede plantear desde el carácter constitutivamente dinámico o procesual de la finitud de lo creado; el hecho de ser un mundo finito entraña inevitablemente el tiempo como “esfuerzo por ser mejor”. En el tema del mal, debemos comenzar hablando, pues, de mundo como realidad finita y limitada: el mundo es así o no puede ser de otra manera. Dios nos ha creado así. La finitud o limitación de nuestra existencia, incluidas las enfermedades, es la condición misma del mundo creado, en evolución espacio-temporal.

Este planteamiento entraña un concepto realista de la omnipotencia divina y ayuda a responder. Por ejemplo, cuando se afirme: “Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios”. Entonces, en lógica habría que decir: “No hay Dios, luego Auschwitz no puede existir”. O cuando, ante la muerte de inocentes se afirma: “¿Acaso está sordo Dios? ¿Cómo puede consentir esto?” … O, ante la pandemia de un virus, ¿por qué Dios lo permite?... Entonces, con la misma lógica, se debería concluir: “Lo consiente. Luego está sordo y no puede existir”. Y, entonces, ¿para qué seguir preocupándonos el tema de Dios?... Pero Dios siempre nos deja inquietos y nos empuja a luchar contra todo mal.

Volviendo entonces al tema de la omnipotencia divina, y hablando con mayor propiedad, no es que Dios “no pueda” crear un mundo sin mal, sino que esto “sencillamente no es posible”. Como diría el filósofo X. Zubiri, no es que haya algo que Dios no puede hacer, sino que la posibilidad de ser criatura “no da más de sí”.

Campo de concentración de Auschwitz
Campo de concentración de Auschwitz

Resulta, entonces absurdo preguntarse “¿por qué Dios no ha creado un mundo perfecto?”… En cambio, sí es lícito preguntarse “¿por qué Dios, sabiendo que, de crear un mundo, éste iba a estar inevitablemente mordido por el mal, lo ha creado a pesar de todo?”… La respuesta es doble: por un lado, Dios ha querido crearnos por amor y para el amor. Por otro lado, la existencia no es una prueba a la que Dios nos somete, sino la “inevitable condición de posibilidad” para poder participar de la vida misma de Dios. Para volver a Dios, del que salimos, tenemos que existir y existir como seres finitos y libres en este mundo finito, y expuesto al mal.

Cuentan de aquel santo que pudo contemplar su vida pasada en forma de pisadas sobre la arena de la playa. Observó que en los días más duros de su vida no había dejado huellas. Y el Señor le dijo que, en esas ocasiones, el mismo Dios le llevaba en brazos para que no sucumbiera.

También el Señor nos invita a ser misericordiosos con los demás, a dar una segunda oportunidad a los más necesitados, a acoger a todos los hombres. Se nos recuerda quién y cómo debe ser el hombre para el hombre: los ojos, las manos y el corazón mismo de Dios. Al final, nos examinará del amor (Mt 25). Toda ideología, toda palabra bonita, enmudece y se desenmascara ante el amor verdadero. Lo que importa son las entrañas de misericordia como las que el Señor tiene con nosotros. Autenticidad radical y profunda, como lo expresó el místico:

Tú, Jesús, te sigues identificando con los crucificados de la historia por el hambre y la sed, la intemperie, la enfermedad, la guerra o la prisión.

Tú exclamas por boca de los desesperados: ¡Pase de mí este cáliz!

Tú preguntas con los torturados sin motivo: ¿Por qué me pegas?

Tú sigue siendo condenado injustamente en los inocentes.

Tú eres coronado de espinas en campos de refugiados.

Tú eres azotado en el dolor de clínicas y hospitales.

Tú repites la vía del dolor en emigrantes y exiliados.

Tú sigues abandonado en miles de desesperados.

Sigue siendo verdad que estarás en agonía hasta el fin de los siglos”.

Madre Teresa

¡¡Qué bella y acertadamente lo expresó igualmente la madre Teresa de Calcuta!!:

Tú, eres, mi Señor, el hambre que debe ser saciado,

la sed que debe ser apagada,

el desnudo que debe ser vestido,

el sin techo que debe ser hospedado

el enfermo que debe ser curado

el abandonado que debe ser amado

el no aceptado que debe ser recibido

el leproso que debe ser lavado

el mendigo que debe ser socorrido

el borracho que debe ser protegido

el disminuido que debe ser abrazado

el ciego que debe ser acompañado

el sin voz que necesita que alguien hable por él,

el cojo que necesita que alguien camine con él,

el anciano que debe ser servido,

el perdido que debe ser reconducido”.

Cristo y los ladrones
Cristo y los ladrones

Se nos invita a saber mirar la realidad con ojos de misericordia entrañable como el hijo de Dios, Jesucristo, supo mirar al buen ladrón, y como Dios misma nos mira a cada uno de nosotros y nos dice:

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.

Si lloras, estoy deseando consolarte.

Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía.

Si nadie te necesita, yo te busco.

Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.

Si estás vacío, mi llenura te colmará.

Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas.

Si quieres caminar, iré contigo.

Si me llamas, vengo siempre.

Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.

Si estás cansado, soy tu descanso.

Si pecas, soy tu perdón.

Si me pides, soy don para ti.

Si me necesitas, te digo: estoy aquí dentro de ti.

Si te resistes, no quiero que hagamos nada a la fuerza.

Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.

Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.

Si eres infiel, yo soy fiel.

Si quieres conversar, yo te escucho siempre.

Si me miras, verás la verdad de tu corazón.

Si estás en prisión, te voy a liberar.

Si te quiebras, te curo todas las fracturas..

Si estás excluido, yo soy tu aliado.

Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen

recordándote.

Si no tienes a nadie, me tienes a mi.

1S.KESHAVJEE, El rey, el sabio y el bufón. El gran torneo de las religiones, Destino, Barcelona 1998, 31-32.
2 Ibid., 34.
3 Cf. A. TORRES QUEIRUGA, El mal inevitable: “Iglesia Viva” 175-176 (1995) 37-69.
4 Cf. A. TORRES QUIERUGA, Mal y omnipotencia: del fantasma abstracto al compromiso del amor: “Razón y Fe” 236 (1997) 399-421.

Repensar el mal de Queiruga

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