Comparaciones

Dice el refrán que las comparaciones son odiosas, pero yo creo que las comparaciones no son odiosas, son necesarias. El dicho popular nos quiere prevenir de la envidia, pero hacer comparaciones nos permite también buscar el equilibrio, conocer mejor la realidad y ajustar mejor los indicadores de la realidad para mejorarla. El científico barón Kelvin (sir William Thomson) afirmaba que lo que no se define no se puede medir, lo que no se mide no se puede mejorar, y lo que no se mejora, se degrada siempre.

Y esto es lo que acaba de hacer el arzobispo Vicenzo Piglia, que no es un arzobispo cualquiera, sino que es el actual presidente del Pontificio Consejo para la Familia al preguntarse: "¿Por qué nos escandalizamos con el aborto y no con Alepo?". El purpurado de la Curia romana nos pone en la tesitura de comparar nuestra actitud moral frente a dos hechos tremendos. Mientras algunos obispos españoles claman día y noche contra el aborto llegando a convertir su denuncia poco menos que en una Cruzada, nada se les oye del segundo tema; a lo sumo, alguno dejó entrever que tras los pocos inmigrantes exilados podrían esconderse terroristas que aprovecharían el exilio masivo para incrustarse en el tejido social que les acoge.

¿Por qué somos tan radicales esgrimiendo la denuncia profética contra el aborto legal y callamos ante un crimen contra la humanidad de proporciones bíblicas, como el que sigue ocurriendo en Oriente Medio? No solo se están matando entre ellos, aquello tiene otras proporciones internacionales de las que algunos Estados europeos tenemos mucho de que avergonzarnos; por activa y por pasiva, porque vender la mitad de la producción armamentística a países considerados como enemigos de Occidente, o abiertamente promotores del terrorismo internacional, además de delictivo es muy poco ético y menos cristiano. España vende armas a ese grupo de países, encabezados por Arabia Saudita.

Tenemos una guerra llena de matanzas a civiles con millones de personas refugiadas, sin poder acogerse al derecho internacional de asilo, que malviven ante las puertas cerradas de nuestro bienestar. Tampoco hemos cumplido con la cuota de refugiados asignada a cada Estado por las propias autoridades europeas. La indiferencia colectiva es bestial y claro que se imponen las comparaciones de todo tipo, incluidas las del uso preferente del dinero, para rescates de bancos y armamento, por ejemplo. Pero sobre todo la comparación fundamental para un cristiano en pleno Adviento, es el nivel de incongruencia con la realidad que nos rodea.

Lo que se ha preguntado el arzobispo Piglia es una bofetada a nuestra moral selectiva que no arrostra el Evangelio en su verdadera dimensión cada vez que reducimos sus mensajes a los que van mejor con nuestra particular visión interesada del compromiso. No podemos defender el aborto pero tampoco podemos callar ante esta realidad espantosa de odios y muerte generalizados, como si nuestros gobiernos europeos nada tuvieran que ver con este conflicto hediondo que lleva tiempo dirigido por intereses inconfesables. No es una guerra civil. En realidad es una extensión del conflicto de Irak en la que la población civil es la verdadera víctima. Por si esta guerra fuese poco, los cristianos están siendo especialmente masacrados en toda esa zona. ¿Qué tendría que ocurrir para que se nos remuevan las entrañas? ¿Si fuesen los compatriotas nuestros los que están cayendocomo moscas, asesinados?

Si no aceptamos posicionarnos en conciencia ante esta realidad, o frente a la comparación del ardor en la denuncia del aborto respecto a nuestra postura ante los crímenes contra la humanidad en Siria, es que nuestra conversión está a medias. Si nos escandalizamos con lo dicho por Piglia, señal es de que la inmadurez en nuestro corazón salta a la vista. En cualquier caso, bienvenida sea esta llamada a la comparación honesta para reflexionar nuestra conversión a la luz del Aviento de la Palabra que se hizo uno de nosotros.
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