Repensar la actitud cristiana

Influyentes pensadores parecen coincidir en que ya estamos en lo que se ha venido en llamar "pensamiento  posthumanista", coincidiendo la relación total entre el hombre y la técnica en pleno furor innovador tecnológico ¿La técnica es la solución que nos permite aumentar nuestra autonomía? ¿Debemos recelar y rechazar la racionalidad técnica como una parte del plan de dominación que produce un mundo insostenible? Resulta evidente que debemos adecuarnos a los nuevos tiempos, una vez más, asumiendo la nueva forma integral de relacionarnos desde la nueva realidad tecnológica, pero con un importante matiz: evitando la degradación humana provocada por nosotros mismos. Y esto es algo que afecta y mucho al mensaje cristiano y quienes nos decimos sus seguidores.

El concepto "posthumanismo" es una deriva posmoderna que entiende la ciencia tecnológica como el medio de acelerar nuestro tránsito de lo humano a una condición transhumana o posthumana. De momento, ya nos estamos convirtiendo en sujetos digitales conectados, a tiempo completo. Esto implica una mutación profunda y absorbente en nuestra sensibilidad humana a partir de las posibilidades y promesas de la tecnología al estar convirtiéndose en un fin en sí misma, o a lo sumo en un fin puramente consumista;Homo consumens lo llamó Eric Fromm, la especie humana transformada en consumidores compulsivos como remedio a las frustraciones.

Sobre los avances espectaculares de la cibernética y las biotecnologías, algunos filósofos y científicos imaginan un mundo construido más allá de los postulados humanistas en el que se traspasen los límites biológicos propios de nuestra naturaleza. Este posthumanismo sin matices indica una forma de decadencia -con un fuerte sentido del control sobre nuestras vidas- desde el momento en que esta relación con la tecnología y los algoritmos, lejos de abrir el campo de acción y hacernos más libres, parece arrojarnos a un orden determinista que abarca todas las esferas de la existencia.

Los defensores del posthumanismo puro no creen que exista ninguna esencia espiritual en la persona y reafirman la idea de una “identidad humana” reducida al órgano de su cerebro y a una visión molecular de su cuerpo concebida como pura materialidad. Frente a esta tendencia, no cabe la pasividad. Ir en contra de la ciencia es absurdo, igual que lo es aceptar mansamente una construcción social que desvaloriza y amenaza la “identidad humana” esencial: los humanos tenemos la capacidad de amar, de ser libres e interpretar los hechos para dotarles de un significado y la habilidad de crear y adoptar nuevos propósitos. Tenemos inteligencia racional e inteligencias emocional y espiritual capaces de desarrollarlas de por vida para mejorar nuestra existencia. Una cosa es la revolución del pensamiento y otra poner al ser humano al servicio de la cibernética o de la discriminación genética.

Quiero decir que la tecnología es un medio instrumental maravilloso que no debe arrumbar a la persona como un agente moral, responsable por sus actos con deberes y derechos en el compromiso con la sociedad concreta en que vive. Dicho lo anterior, se impone una reflexión comprometida, profética, sobre nuestra responsabilidad cristiana con el futuro, que no permite desentendernos como si todo esto fueran teorías de salón a la hora de la merienda. La Iglesia tiene mucho que decir  es todo esto sin acusar por sistema de todos los males a lo que ocurre fuera de sus comunidades. Sobre esto no tiene mucho control, como tampoco lo tuvo Jesús de Nazaret.

Lo que nos pide el Evangelio es ejemplo, credibilidad, confianza en lo que decimos creer y no apoyarnops en el poder humano (clericalismo, sobre todo), vivir en común unión cristiana como contrapunto a las diferentes forma de deshumanización a las que nos enfrentamos, la tecnológica como fin entre ellas. Entre vuelta y vuelta de tuerca de posthumanidad, que yo prefiero llamar infrahumanidad, la crisis de identidad y de influencia de nuestra Iglesia solo cambiará aportando valor evangélico en nuestras actitudes, dejando en último lugar la condena, y despojados de tantas seguridades que nos centran en lo que no es esencial.

En definitiva, retomar la senda estrecha del Evangelio de la que ahora estamos lejos, me temo, porque priorizamos el “qué” hacer en lugar de darle la misma importancia al “cómo” hacerlo.  El algodón no engaña, y los resultados son evidentes.

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