El especialista

Hoy quiero fijarme en un poeta de la esperanza que me lo he encontrado de sopetón, revisando libros. Es poco conocido entre nosotros, pero con una indudable apertura hacia lo mejor del ser humano. Un poeta de verdad no escribe palabras, las vive; es hijo del dolor y alguien a quien le ha sido dada la posibilidad de hermanarse desde la fuerza lírica con la alegría y con los abismos del alma, capaz de llevar entre sus versos la esperanza o la resignación. Hay poetas y poetas, y nuestro hombre lo es de verdad.

Para Jairo Aníbal Niño, que así se llama este poeta colombiano, fue primero dramaturgo social y director durante algunos años de la Biblioteca Nacional de Colombia hasta que un día exclamó que "La profesión más honorable y bella es ser especialista en el amor". Ahí queda eso.

Quizá por ello buena parte de sus obra está centrada en los niños -su apellido, ¿una predestinación?-. Fue profesor en varias universidades donde cuestionaba la forma de enseñanza de muchos profesores a los alumnos, señalando que los niños tienen cosas para enseñarles a los profesores y que ellos deberían desarrollar la misma labor.

Su sabiduría se transformó en vivencia, como toda sabiduría verdadera. Fue un apóstol de la veracidad que se preocupó de enseñar que se necesita no solo la imaginación para volar, que el corazón y la aceptación de uno mismo y de la vida también es importante para crecer. Su convicción la convirtió en pedagogía al atreverse a compartir con los adultos, ya entrado el siglo XXI, la maravilla de estar enamorados buscando los mejores sentimientos de cuando éramos niños:

Usted
que es una persona adulta
-y por lo tanto-
sensata, madura, razonable,
con una gran experiencia
y que sabe muchas cosas.
¿Qué quiere ser cuando sea niño?

Jairo Anibal Niño murió el 30 de agosto de 2010, rodeado de su familia y con la gran convicción de que en las aulas de clases los niños tienen muchas cosas que enseñarles a los profesores.

Su idioma fue la ternura en la creación de unos personajes en los que el amor, la comprensión y la admiración por lo bello de la vida son el registro que rige su poesía. Una sencillez nada simple que choca a sabiendas de lo que había en Colombia, donde los niños y la sociedad son pasto de la violencia y necesitan un refugio honesto y tan real como aquella para alimentarse de otra vida.

La vida es mucho más que avanzar día tras día viendo pasar el tiempo en permanente sensación de otoño, impotentes ante el paso de la existencia a nuestro alrededor. Es abrirnos al trabajo para alcanzar eso que llamamos amor. No es posible alcanzarlo desde la pasividad ya que requiere de la actitud de donación de uno mismo como llave de la ansiada felicidad, en la medida que este mundo pueda proporcionarla, o su sano remedo de la verdadera alegría.

No existen fronteras entre niños y adultos, entre violencia y esperanza: el tiempo verdadero del ser humano, escribió nuestro Niño, es el tiempo de su corazón. Su mensaje poético es tan real como la vida misma, puro evangelio para corazones que esperan contra toda esperanza, convencidos de que solo los especialistas en el verdadero amor logran que en el futuro todo sea posible. Acoger un niño, en suma, es acoger una promesa.

Un niño confía sin reflexionar. No puede vivir sin confiar en quienes le rodean. Su confianza es una necesidad vital más que una virtud. Para encontrar a Dios, parece que lo que mejor disponemos, a la luz del propio Cristo, es de nuestro corazón de niño que es espontáneamente abierto, se atreve a pedir sencillamente, quiere ser amado. Si Jesús colocó a un niño en medio de sus discípulos reunidos es también para que ellos mismos -y nosotros- acepten-mos ser pequeños.

Ser como niños... ¿Y qué queremos ser cuando seamos niños? Gracias, Jairo Aníbal Niño.
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