La inmigración nos interpela

Creo que todos estamos un poco descolocados ante la realidad inmigratoria que algunos la ven como un asedio, otros como algo inevitable fruto de una descolonización de mentirijillas, y los más solo desean mantenerse encerrados en su indiferencia. Pero el fenómeno ha llegado a un punto de no retorno que parece imposible obviarlo. Al hilo de lo que vamos viendo y leyendo, se me ocurren algunas reflexiones:

1. Demasiados cristianos se mantienen silentes ante este problema, incluida buena parte de los obispos y de los consagrados. Diríase que son los menos los que alzan la voz, proponen actitudes a favor de estos desheredados de la Tierra y aun menos los que dedican tiempo y esfuerzo por ayudarles. Es una pena que los esfuerzos de liderazgo del Papa Francisco, a base de ejemplo, no cale en demasiados católicos. Si los que nos decimos seguidores de Jesús tuviésemos un mensaje uniforme, las soluciones propuestas en la Eurocámara serían bien distintas.

2. En Alemania, gana las elecciones el Partido Nazi, de extrema derecha. Nadie parece alertarse por ello. Todo lo que sucedió fue lento, progresivo y tan inesperado como podría ser hoy en día. Sorprendentemente los nazis se encontraban, en no pocas ocasiones, con la entusiasta colaboración de la población local. Incluso se formaron movimientos fascistas que perseguían por su cuenta a los judíos, como fue la actitud de muchos franceses en la entusiasta colaboración en la deportación de 50.000 niños judíos. En otros muchos casos, se miraba para otro lado, como hoy se hace con los inmigrantes: es el fascismo de la indiferencia, modelo siglo XXI: Si no hay trabajo para nosotros, ¿cómo va a haber para ellos? Las clases medias de la Europa ve peligrar el Estado del Bienestar que tanto costó y tanta prosperidad nos dio, se ven cada vez más tentadas por el anti-pensamiento fascista: “Blindemos el Estado del Bienestar sólo para nosotros, que se vayan los extranjeros”. Los resultados electorales, por ejemplo, de Austria, Noruega, Holanda, Polonia, Italia, Hungría... muestran una clara tendencia hacia esta actitud propia del miedo y de la cobardía.

3. Afortunadamente, el ser humano es un ser por hacerse gracias a su libertad, no es un ser acabado, aunque lo creamos con frecuencia. Nos vamos haciendo lo que somos, o en lenguaje escatológico, tenemos la oportunidad en nuestras manos de ser la mejor posibilidad de ser lo mejor para lo que fuimos creados. Nunca es tarde, pues la consciencia nos permite superar las limitaciones y miserias para elevarnos hacia una realidad más justa, fraterna, evangélica.

4. Dicho lo anterior, es momento de reflexionar en serio y preguntarnos cuál es, de verdad, nuestra actitud cristiana ante la masiva inmigración que no cesa, proveniente de muy variados puntos geográficos y situaciones: huida de la guerra, del hambre y la miseria, deseo de una vida mejor... Y qué pensamos y sentimos respecto de las situaciones que padecen todas estas miles de personas en sus lugares de origen. No es posible ya escudarse en un problema político de la Unión Europea ni escondernos en el manido yo no puedo solucionar semejante embrollo.

En definitiva, creo que no es posible concluir diciendo que no tenemos nada que hacer, que además no podemos hacer nada y que bastante tenemos con nuestros problemas cotidianos. Si no queremos salir de nuestros centros, nunca entrará el Espíritu; la conclusión es que nos pareceremos cada vez más a aquella sociedad europea que ante el rampante nazismo, al terminar la Segunda Guerra Mundial propalaba a los cuatro vientos que no sabía nada de lo ocurrido. Estamos ante otro tipo de Holocausto con la seguridad de que la capacidad para justificarnos es ilimitada, y lo que es peor, siempre es bienvenida. Rezar, rezar para no caer en la tentación...
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