Las mujeres, en el corazón de Jesús

Las mujeres llegaron a desempeñar un papel sobresaliente en los evangelios, dejando una impronta muy importante con su estela de fe y alegría por sentirse liberadas y dignificadas por Jesús. Recordamos que en muchas épocas y culturas se puso en duda la condición humana de la mujer. Se usó y abusó de ella como un objeto cualquiera. En el Concilio de Mâcon (Francia), siglo IV, se discutió si la mujer tenía alma, habiéndose resuelto la cuestión por una escasa mayoría. Incluso el reciente constitucionalismo liberal abanderado de la igualdad de derechos, ignoró sistemáticamente a la mujer como sujeto de derechos legales básicos.

Qué decir de las mujeres contemporáneas de Jesús. En sus parábolas aparecen muchas mujeres, a pesar de su exclusión e impureza. En aquella Palestina estaban marginadas y no tenían participación alguna en la vida pública; su estatus de pobreza era muy acusado y no tenían derechos hereditarios ni podían divorciarse aunque hubiese un motivo grave. Los hombres, en cambio, podían romper el vínculo matrimonial por cualquier motivo, desde una comida mal cocinada hasta el adulterio. En una cultura donde la mujer no sobrevivía a menos que fuera parte de un hogar patriarcal, el divorcio podía tener consecuencias desastrosas para ellas.

Una mujer no debía estar sola en el campo, y no era normal que un hombre conversara con una extraña. Las mujeres debían pasar en público inadvertidas. La poligamia estaba permitida. Una mujer casada no se podía oponer a que bajo su mismo techo vivieran una o más concubinas de su marido. En cambio, si ella era sorprendida en adulterio, el marido tenía el derecho de matarla (a pedradas). Y en caso de peligro de muerte había que salvar primero al marido.

A las mujeres judías se las consideraba impuras durante la menstruación. Si tocaban inadvertidamente a un hombre en los días de la regla, estaban obligadas a someterse a un ritual de purificación que duraba una semana antes poder volver a orar en el Templo. En el evangelio de Marcos, la mujer que padecía una hemorragia desde hacía doce años, era sin duda alguna una marginada social. En un país gobernado por una élite religiosa, ellas eran inferiores, invisibles y no tenían poder alguno.

A la vista de semejante realidad, resulta impactante la actitud inclusiva de Jesús con todas las mujeres que se cruzaron en su vida, sin ningún poder ni influencia sobre nadie. Su actitud es un acontecimiento sin parangón que ya tiene su reflejo en libro del Génesis: “Dios creó al hombre y la mujer a su imagen y semejanza”. Jesús no se contenta con mejorar la situación de la mujer; lo que hace y dice es que hay que valorarla y tratarla como una igual al hombre ante Dios.

A Jesús nadie le atribuyó algo que pudiera resultar lesivo, marginador de la mujer ni discriminatorio. Nunca se refiere a ellas como algo malo, ni como personas inferiores. Tampoco les previene nunca a sus discípulos de la tentación que podría suponerles una mujer, ignorando las afirmaciones despectivas para con ellas que se encuentran en el Antiguo Testamento. Para Jesús, la mujer tiene la misma dignidad y categoría que el hombre, la defiende cuando es injustamente tratada y no duda en mantener el trato cercano con muchas mujeres.

Contra todo pronóstico socio-religioso, Jesús les acogió sin reservas hasta el punto de que le acompañaban en la predicación junto a sus discípulos: María Magdalena, Susana, Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, y algunas otras. (Lucas). Las había de posición económica acomodada, pero Lucas nos cuenta que otras eran mujeres a las que Jesús “había curado de malos espíritus”, lo que entonces se entendía por estar dominadas por las fuerzas del mal; es decir, gente sospechosa. Por tanto, no es de extrañar que fuesen las personas más fieles seguidoras de Jesús, las que habrían de acompañarlo hasta cuando los discípulos le abandonaron.

Esta cercanía en el seguimiento y apostolado (testimonio) se reafirma también en los relatos de la Resurrección, porque su proclamación (en los cuatro Evangelios) se basa en el testimonio de algunas de ellas, sobre todo María Magdalena. El hecho de que el mensaje de la resurrección fuera entregado primero a las mujeres es considerado por los estudiosos bíblicos como la prueba más rotunda de la historicidad de los relatos de la resurrección. De lo contrario, los discípulos nunca hubieran incluido los testimonios de las mujeres en una sociedad en la que eran rechazadas como testigos. Tan es así que, al principio, los apóstoles no creyeron en su mensaje. La presencia de las mujeres en el grupo de discípulos de Jesús no solo choca por ser mujeres sino porque, en palabras de Pagola, “en muchos aspectos, ellas son modelo de discipulado; lo suyo era servir”. Pero Jesús no pudo enviarlas a anunciar el reino de Dios porque hubiesen sido rechazadas ya que no se les permitía hablar en público ni leer la palabra de Dios, cosa que sí ocurre ya en Hechos (1 Corintios 9.5) poco tiempo después.

Tuvo que llamar poderosamente la atención que Jesús curase a mujeres (impuras), las pusiese como ejemplos de fe mientras dejaba a hombres honorables y cumplidores de la Ley de Dios sin experimentar en carne propia sus prodigios. Ya nadie duda de su presencia en el itinerario de la predicación de Jesús, en la última Cena, en el Calvario y en su privilegiada presencia en la Resurrección. Cuando parecía que Jesús estaba completamente solo, algunas mujeres le siguieron hasta la Cruz acompañándole en su tormento. Cuando los varones fallan -Judas, Pedro, los discípulos, que le han abandonado- aparecen las mujeres como signo de fidelidad.

En definitiva, ahora que acaba de pasar el 8 de marzo y la violencia de género no remite, releamos el evangelio con los ojos de Jesús para que antes que tarde, la mujer también alcance su dignificación dentro de la Iglesia católica.
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