El poder de la bondad

Ser buena persona no trae a cuenta; para algunos, incluidos cristianos, los palos de la vida son suficiente motivo para que decidan relativizar eso de ser buenos para que los demás no nos hagan daño. Es como si hicieran una apuesta para ser moderadamente buenos, a ratos, dependiendo de a quien tengamos enfrente. Una bondad selectiva que se traduce demasiadas ves en comportarse bien con los que nos parece buenos, y mal o indiferentes con el resto. Una vela a Dios y otra al Diablo.

Pero el mensaje evangélico parece que dice otra cosa, especialmente en lo relativo a lo poco que conocemos de Dios, que es a través del amor: Dios es grande y santo, define Pagola, no porque rechaza, maldice o separa, sino porque ama a todos sin excluir a nadie de su compasión. Es lo que hay. Los gestos de Jesús no son convencionales; lo que practica es una filosofía de vida que pasa radicalmente por la voluntad de construir a mi alrededor un mundo más amable y solidario. Y desde ahí, nace alrededor todo lo demás en la construcción de la vida digna para todos los seres humanos.

Jesús nos viene a decir que la audacia de ponernos a practicar en serio la verdadera bondad es la llave de la construcción del cielo en la tierra. Las ideologías, las ciencias, el desarrollo del pensamiento, las religiones, las culturas y la historia toda del devenir humano son instrumentos o constructos a base de actitudes que generan resultados concretos. Los verdaderos agentes de la historia son la venganza, la soberbia, la humildad, el amor, la ambición, la generosidad, la esperanza... En diferentes dosis, depende cuáles actitudes prevalezcan, la vida se convertirá en un mundo inhóspito o florecerá la alegría; seremos cainitas o consensuaremos normas de convivencia que funcionan.

Añoramos un poco de poder político religioso... sería más fácil enderezar el torcido rumbo del mundo, pensamos. Pero Cristo nos recuerda que se despojó de su rango, que aceptó la debilidad humana y se movió por aquél tiempo como uno más, excepto en que su actitud estuvo llena de gestos de bondad, incluso cuando el peligro aconsejaba la falsa prudencia del silencio indiferente. Apuesta por los doloridos de la vida, por los excluidos por normas incluso las religiosas y hace una vocación de su actitud bondadosa por encima de cualquier otra consideración.

Dicho así, suena bien, pero es que esa apuesta aparentemente tan poco significante, tuvo sus efectos sociales hasta preocupar en serio a las autoridades. La bondad sin ambages de Jesús se convirtió en un problema grave para la coherencia de los representantes de la Ley de Dios y para el propio modelo socio político impuesto. No tuvo Jesús necesidad de grandes poderes; es cierto que su camino fue más estrecho y difícil, pero en muy poco tiempo, apenas tres años, acabó siendo asesinado como solo los peores malhechores acababan. Y ha pasado a la posteridad marcando el antes y el después.

El poder de la bondad no es una inmersión en la debilidad. Pero es que tampoco el poder de las armas, el dinero y la vanagloria -las tres grandes tentaciones de Cristo como resumen de todas las demás- son expresión de fortaleza; ahí queda la historia para ver las devastaciones que han provocado caer en ellas mientras que el amor en forma de hechos de bondad han soportado el mundo. Han sido, son y serán el motor de la historia, aunque muchas veces lo verdaderamente transformador vaya por debajo de la realidad visible y no sea noticia social en los medios de comunicación. La bondad se abre paso suavemente, que las vigas del amor son las que sostienen los edificios, no los adornos en los tejados, bien visibles para generaciones enteras.

Unamuno
lo entendió bien cuando expresó que la bondad es el verdadero poderío.

Volvamos a intentarlo; hagamos la prueba a nuestro alrededor: pensemos en los demás con la comprensión que pedimos para nosotros.
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