Los sacrificios cuaresmales

Los sacrificios cuaresmales son un medio para alcanzar un doble objetivo: crecer como personas y ayudar a crecer a los demás. Las dos cosas. De hecho, cuando ayudamos a crecer a los demás nos acerca a ser la mejor posibilidad de uno mismo. Este es el Reino querido por Dios en este mundo. Los mejores sacrificios, por tanto, son los que nos impulsan a ser mejores personas practicando el evangelio.

No comer carne los viernes o privarnos de un bombón, no son la mejor manera de activar esta conversión madura en la fe. Ayudan a nuestro autodominio pero constreñir la vida no es el mejor sacrificio, sino hacerla crecer en cada uno y para los demás. El evangelio habla del camino estrecho porque esta actitud cuesta. De hecho, los mejores sacrificios ¡y los más difíciles! para una conversión plena son cuando luchamos contra nuestros defectos y egoísmos: ser amable con el vecino que no te cae bien, ejercitar la paciencia esperanzada, la humildad, luchar contra la tentación de ser maledicente, ser agente de paz y no de discordia, escuchar a quien lo necesita con delicadeza, ofrecernos ante la necesidad ajena, dedicar más tiempo a la oración pidiendo sobre todo luz y fuerza...

Resulta precioso, cristianamente hablando, trabajarnos para disfrutar de los dones de la naturaleza, de la comida y del ejercicio físico; ser propenso a las relaciones alegres, al tiempo de ocio y la cultura, al baile, al aprendizaje, a la reflexión y al trabajo bien hecho, a domeñar el pesimismo y avivar la esperanza. Que la única limitación impuesta sea por amor en beneficio de otros.

Sacrificios sí, pero en la moderación del mal genio, en denunciar las injusticias para aliviar sufrimientos a tantas víctimas desamparadas y hacer el bien aunque no me lo pidan. En perdonar y acoger cuando lo único que quiero es restregar la ofensa o mostrar mi resentimiento con ira o indiferencia; en rezar por quienes me hacen daño. En suma, llevar la cruz de cada día con espíritu evangélico.
Y si de privaciones se trata, aprovechar la cuaresma para luchar contra un mal hábito o las adicciones, como la del tabaco, por ejemplo, pensando en los que te quieren sano y en que la salud es un regalo de Dios.

El ayuno verdadero es estar abiertos al prójimo, aunque cueste, y mucho. El ayuno o privación cuaresmal exige cambiar de hábitos para mejorar nuestra vida, más allá del hecho concreto; por eso el seguimiento de Cristo es un “camino estrecho” y resulta imprescindible la oración redoblada solicitando gracia y fortaleza, luz y fuerza para el camino. En el Libro de Isaías, Dios reprocha la falsa religiosidad de los hipócritas que ayunan y hacen penitencia mientras mantienen sus injusticias.

¿Acaso no es éste el ayuno que quiero: romper toda opresión externa o interna? Misericordia quiero, y no sacrificios...
Reflexionemos unos instantes en cómo ayunamos, rezamos y damos las limosnas, en cómo actuamos con nosotros y con el prójimo, si perdonamos y nos reconciliamos con Dios, con los demás y con nosotros.

Es preciso avanzar hacia esta penitencia madura que acrecienta la misericordia y por ende, la reconciliación con uno mismo y con los demás; La Cuaresma es el tiempo propicio para pararme en mis prisas y mirar en mi interior, abrir mis cajones interiores en oración, con humildad: ¿qué me encuentro?, ¿cómo lo encuentro? ¿Qué he de limpiar, reciclar, reforzar o desechar? Ser consciente de ello y hacer limpieza es un gran sacrificio cuaresmal que supone limpiar tantas cosas superficiales de mi vida que impide ser la mejor persona que hay en mí. Y esto es la mejor penitencia cuaresmal, mucho mayor sacrificio que privarme de cosas. Recemos delante de Dios para madurar nuestra fe.
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