El silencio necesario

Hemos interiorizado demasiado que el silencio es una ausencia; todo lo más, le concedemos un papel cuando llega el sueño y nos dormimos. Y si no, pastillas para que llegue pronto. Pero una vez despiertos y conscientes, apenas entendemos el silencio como algo más que el espacio necesario entre dos conversaciones. Incluso ha perdido valor en algo esencial como es escuchar al otro cuando tiene algo que decir, sin interrumpirle, al menos como un acto de respeto e interés hacia nuestro interlocutor. La poca atención en la escucha se ha convertido en una falta de respeto consentida incluso en las tertulias de los medios de comunicación.

Sentimos el silencio como un signo de la soledad no querida en forma de temor y a quedar a solas con uno mismo. Este desasosiego señala un vacío que ha alcanzado límites preocupantes. Estando rodeados de tanta gente tenemos miedo a la soledad. Y para combatirlo, nos hemos ido al otro extremo de la sociedad del ruido y de tener siempre algo conectado para no vivir el silencio: la tele, la radio, música... Las nuevas tecnologías han estirado las posibilidades cuando no tenemos con quien hablar, pudiendo conectarnos a sonidos en cualquier momento del día, incluso si estamos haciendo ejercicio en el gimnasio. La necesidad de rumor continuo que nos hemos creado no es algo con lo que nacemos, lo hemos aprendido, es cultural, no genético.

El miedo al silencio se refleja en que somos incapaces de estar atentos viviendo en una total dispersión, agravada por el consumismo de las apps: Instagram, Facebook, Twitter, etc. Abusamos de todo eso para no sentirnos solos sin pensar de donde nace la soledad. Incluso la lectura ha sido desplazada como algo adecuado para sentirse a gusto con uno mismo. A todo esto, hay que añadir el incremento de ruido puro y duro en la calle, las obras, el tráfico, la algarabía... Existimos en medio del ruido acústico, visual y mental. Demasiada información bullendo simultáneamente y llegando por demasiados canales. Y esto influye directamente en la calidad de nuestra oración.

Gran parte de las experiencias de los jóvenes, están mediadas por la tecnología, y no son pocos los que se sienten incapaces de de soportar el silencio, no saben vivir el silencio creativo, necesitan ruido constante a su alrededor para mantener la gran ficción de estar conectados y ocultar nuestra soledad. Pablo D’Ors, autor de Biografía del silencio (Siruela), libro con más de 120.000 ejemplares vendidos, apunta que el 99% de los mensajes que nos enviamos por Whats¬App no tienen ningún contenido, “son puros inputs de autoafirmación personal, por eso tienen tanto éxito”, a lo que hay que sumar el ruido de las redes sociales, infladas de pretendidos “amigos”.

El silencio sirve para serenar la mente, y no menos importante, es necesario para ser creativo: las mejores ideas vienen cuando desconectamos, cuando estamos en silencio. Es entonces cuando aparecen las mejores soluciones. Y para rezar mejor.

Pero el silencio es contracultural y afecta a nuestro encuentro cotidiano con Dios. El acontecimiento más trascendente de la historia, la encarnación del Hijo de Dios, tuvo lugar en el más absoluto silencio. En el recogimiento y unión con Dios, Jesús se fortalece para desarrollar su misión pero sin buscar el ruido ni la publicidad: “Sabiendo que iban a venir para hacerle rey, se retiró de nuevo al monte a orar” (Jn 6, 15), “Y al atardecer estaba solo allí” (Mt 6, 23). Sin duda Cristo vivía interiormente para vivir con el Padre, buscando espacios de silencio. Constantemente, a lo largo de su ministerio apostólico, se apartaba a orar solo. Y en el silencio se escucha más fácilmente a Dios. Por eso recomienda que sus seguidores sepan orar en un ambiente de silencio y soledad: "Cuando ores, entra en tu cámara, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en el secreto, y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará” (Mt 6, 6).

Todos los extremos son malos, pero de lo que adolecemos es de silencio enriquecedor, necesario. Y por salud mental, deberíamos tomar conciencia de la necesidad de aprender a construirlo. El silencio como espacio entre dos pensamientos puede llegar a ser mucho más que ausencia de ruido.
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