Un tema difícil

Me refiero a la aceptación como una de las conductas maduras por excelencia. En esta sociedad de la sobrevaloración de las sensaciones y las apariencias es difícil aceptar un revés; unas veces, nos hundimos desesperanzados y otras nos resistimos aunque no haya nada que hacer porque la vida no puede ir hacia atrás borrando lo ocurrido.

Aceptar la vida tal como es significa luchar para mejorar la existencia, trabajar para crear situaciones constructivas y creativas disfrutando de los dones que se nos regalan y del éxito de nuestros afanes, ya sean personales, sociales o profesionales. Pero todos sabemos que en la misma cordada nos acompañarán contratiempos, fracasos y zozobras emocionales. La aceptación, en el primer caso, se reconoce por la capacidad de agradecimiento y de admiración ante las cosas buenas de la vida. Es una forma madura de aceptación que nada tiene que ver con la resignación. En el segundo caso, el signo evidente de la aceptación, sobre todo si somos cristianos, es la alegría.

La aceptación es un signo de madurez humana; pero si tenemos la experiencia de Cristo en nuestras vidas, esa alegría tan paulina (os lo repito, estad siempre alegres) nos marca el nivel de confianza en el amor de Dios, la esperanza contra toda esperanza (también muy paulina) que genera una disposición a abrirnos al dolor de los demás frente al reconcentramiento en nuestro ombligo del ego. Uno de mis grandes días como cristiano fue descubrir que el evangelio y la psicología, están en la misma onda. Aquello que libera de verdad es cristiano. Y todo lo que ata, limita, esclaviza, no lo es, incluida la actitud de reconcentrarnos en nuestro dolor con el peligro de caer en el resentimiento como actitud de vida.

Agradezco los nuevos tiempos teológicos que han barrido -lo que han podido- al nacional catolicismo y a la religión del miedo a base de reconcentrar el Mensaje en purificar las conductas personales hasta la neurosis dejando en tercer plano el sano y necesario amor a uno mismo y al prójimo. Sin embargo, quizá estamos ahora escasos de centrarnos en depurar algunas conductas para vivir más plenamente el estilo de vida de Jesús haciendo Reino. Trabajar la aceptación me parece algo esencial si queremos adecuarnos a las circunstancias para cambiarlas a nuestro favor; y esto no es un oxímoron. Se trata de hacer aquello que sea posible, aunque parezca poco, de hacernos constantes para abrirnos nuevas puertas, para vivir abiertos a la vida y a los demás, hacia adelante siempre. Es lo que hizo Jesús mismo, los grandes santos de ayer y de hoy y todas las personas inteligentes de verdad.

¿Cuál es la conclusión una vez que nos miramos al espejo del alma y vemos nuestra pobre realidad? Tenemos que rezar más; hemos rebajado el valor de la verdadera oración para primar la acción. Rezar, pedir a Dios luz para ver y fuerza para fortalecer nuestra humildad en el camino de la aceptación de la vida. Cuando veamos a una persona alegre a pesar de sus dolores, no pensemos que estamos ante un ser estúpido; todo lo contrario, es alguien que muestra su capacidad de aceptación exaltando, sin pretenderlo muchas veces, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor. Qué gran verdad el que un santo triste es un triste santo... que no se entera que hoy no es siempre ni de que su falta de fe agosta la acción del Dios cumplidor de todas sus promesas.
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