Beato Álvaro del Portillo

Este sábado, 27 de septiembre, se celebra en Madrid un acontecimiento que supone
una alegría para la Iglesia y que para mí representa una emoción particular: la beatificación de
Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer al frente de la
Prelatura del Opus Dei.

La suerte de haber convivido con él once años en Roma, desde mi llegada a la Ciudad
Eterna, en 1962, coincidiendo con el inicio del concilio Vaticano II, me ha llevado a aceptar la
invitación a pronunciar diversas conferencias que me han solicitado sobre la figura de este
nuevo beato. Son recuerdos de mi juventud -llegué a Roma cuando tenía 18 años- pero
también reflexiones de la madurez, cuando he pensado en las cualidades que le adornaban y
sus virtudes, desempeñadas con heroísmo en medio de la vida ordinaria.

Deseo compartir con los seguidores de Als Quatre Vents las notas más llamativas de su
personalidad, que puse de relieve en estas intervenciones, sin dejar de advertir que el beato
Álvaro del Portillo no es sólo una referencia para los fieles del Opus Dei, sino patrimonio de
la Iglesia entera.

Aunque podrían ser más, destacaría de mi experiencia con él, algunas notas
sobresalientes, comenzando por la de su sencillez. Era la más llamativa para quienes sabíamos
qué representaba quien fue durante cuarenta años la mano derecha del Fundador. Nunca se dio
la más mínima importancia, sino todo lo contrario; su aspiración era pasar desapercibido.
Su serenidad era otra nota destacada. Nunca le vi perderla ni un momento, ni jamás le
vimos enfadado o angustiado. Tampoco recordaba con rencor episodios de su vida tan
dramáticos como cuando le abrieron el cráneo golpeándole con una llave inglesa, al salir de
dar una catequesis en Vallecas, o en la cárcel de San Antón, de Madrid, durante la guerra,
cuando varias veces le fue puesta una pistola a la sien simulando su ejecución.

Su fidelidad a la vocación de entrega a Dios y su lealtad con San Josemaría fueron un
ejemplo. Como su amor a la Iglesia y sus esfuerzos en servirla, trabajando duramente en el
concilio Vaticano II y en secundar todas las iniciativas de los pontífices. La presencia de Juan
Pablo II en el velatorio de sus restos mortales es símbolo de cuánto era apreciado su trabajo
efectivo y discreto.

Como muchos tarraconenses, agradezco a Dios la posibilidad de viajar a Madrid para
asistir a la beatificación de esta gran personalidad de la Iglesia de nuestro tiempo.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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