Homenaje al Papa en Madrid

"¿De verdad van a llegar las sotanas de colores a la Iglesia, para reflejar la primavera del nuevo Papa Francisco?", preguntaba un compañero, que, asistía, incrédulo, al diálogo que mantenía ayer con un arzobispo a la entrada de la Fundación Pablo VI. Allí se presentaban dos libros. Uno de Claretianas y otro, de la Bac. Con la asistencia de la CEE casi en pleno. Dicen que había 58 obispos, porque a mí no me dio tiempo a contarlos. Y estaban allí con un objetivo claro: utilizar la percha de la presentación de los dos libros sobre el papa Francisco para rendirle un homenaje.

Para hacerle llegar que el episcopado español está, como siempre, en sintonía con Pedro. Sea el que sea. Para decirle, desde la distancia, que también los obispos españoles están ilusionados con esta nueva etapa. Se acaba un ciclo y comienza otro. Y entre los obispos se palpa la misma ilusión recobrada y recuperada que en la época del postconcilio.

El acto en sí, demasiado académico. Con alguna sintervenciones soporíferas y no adecuadas al lugar y al momento. Sólo se salvó de la quema el claretiano Fernando Prado, que tuvo una intervención magistral: corta (9 minutos), sencilla, directa, agradecida y hasta con chispa. Y esas intervenciones, en actos como éstos, se suelen agradecer un montón.

El acto lo presidió el cardenal Rouco Varela, como presidente de los obispos que, como siempre, improvisó unas palabras, para contar dos anécdotas y salir del paso. Encontré al cardenal de Madrid mayor, como envejecido de pronto, como cansado, como diciendo 'yo ya he cumplido'. Como en la tesitura de Benedicto XVI: 'que venga otro y arregle esto'.

Me contaron allí varios obispos y demás eclesiásticos que el cardenal madrileño está muy dolido por los palos que le lloveron tras su discurso ante la Plenaria. Un discurso que sonaba a viejo, a 'dejá vu'. UN discurso criticado no sólo desde el frente político, sino también desde el mediático.

Rouco se siente incomprendido y poco agradecido. Y asiste, impotente, a la tranquila, silente y casi imperceptible rebelión de los suyos. Sus propios peones cambian de orientación. No es que le den la espalda, pero comienzan a alinearse con los nuevos vientos que soplan de Roma. Excepto los más recalcitrantes, claro. Y eso le duele al cardenal.

Otros, en cambio, aseguraban, allí mismo, que Rouco nunca tira la toalla, que es un 'animal político', de la casta de Esperanza Aguirre y que seguirá fel a sus principios y a sus ideas hasta el final. Hasta el mes de marzo de 2014, cuando finiquite su mandato al frente de la CEE.

El no cambiará, por mucho que, desde Roma, soplen otros vientos. Ni dará su brazo a torcer. Ni dará paso fácilmente. O eso dicen los que mejor lo conocen. Iremos viendo con el tiempo.

José Manuel Vidal
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