BODAS DE PLATA SACERDOTALES

Hoy hace veinticinco años, en Estella, en la parroquia de San Juan Bautista, fui consagrado sacerdote del Señor. Recuerdo aquel día con la misma nitidez de estos momentos. Cuando recibí la imposición de las manos del obispo era consciente de que aquel sacramento imprimía en mi alma una señal indeleble, el carácter sacerdotal. De tal manera que, pasara lo que pasara, seguiría siendo sacerdote durante toda mi vida. Por eso en el recordatorio de mi ordenación estampé esta frase: “Desde hoy soy sacerdote para toda la eternidad”.




Raudos han transcurrido estos cinco lustros, pero ¡cuánta agua ha corrido por el río! ¿Quién me iba a decir entonces que durante doce largos años iba no iba a poder, por no verlo claro en mi conciencia, acercarme al Altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud? ¿Y quién me iba a decir que un día, después de años de estudiarlo con calma y paz, volvería a celebrar la Eucaristía en el día preciso en que se cumple el 25º aniversario de mi consagración sacerdotal? Puedo exclamar con emoción: “Cantaré por siempre las misericordias del Señor”.

A quienes me rodeáis os agradezco, y me vais a permitir os diga algo que brota de lo íntimo de mi ser:
Creo que en este cuarto de siglo ningún día he dejado de pensar que soy sacerdote. En numerosas ocasiones he rememorado los momentos más felices de mi vida: los de mi entrega a Dios, y los de la entrega de Dios a mí. Los he recordado con tal intensidad, con tal viveza de espíritu, que incluso en los días más grises, y en las más duras pruebas estos pensamientos han dado gozo a mi espíritu. Me han ayudado a permanecer firme en la fe con íntimo consuelo. Me siento sacerdote, visceralmente sacerdote, totalmente sacerdote en cualquier circunstancia de mi vida: lo mismo cuando explico mis lecciones de religión que de matemáticas; lo mismo al acercarme a la Eucaristía, como un fiel más que en estos momentos de gracia de Dios, que al reiniciar la celebración privada del Sacramento.


Lo mismo cuando doy conferencias que cuando me encuentro en el hogar junto a mi esposa e hija; ellas son testigo. Lo mismo en la soledad de mi escritorio que en la penumbra del templo orando.

El Señor me ha guiado; nos ha guiado a varios de los aquí presentes, por caminos por los que no imaginábamos el día de nuestra ordenación. ¿Quién nos iba a decir entonces todo lo sucedido? ¿Cómo íbamos a comprender entonces que fundaríamos un hogar con plena paz de conciencia y nos sentiríamos aún más sacerdotes que antes?

Desde que me entregué al Señor, a los quince años, hasta ahora, ha sido la Eucaristía el centro de mi vida. La Misa y el Sagrario, el núcleo alrededor del cual ha girado toda mi existencia. Por eso cómo aprecio las palabras que Juan Pablo II decía a los neosacerdotes en Valencia, el día 8 de noviembre del pasado 1982: “Debéis celebrar la Eucaristía que es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes ante todo para celebrar la Eucaristía, que es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes ante todo para celebrar y actualizar el sacrificio de Cristo. La Eucaristía se convierte así en el misterio que debe plasmar vuestra existencia. “ Eso pretendo, eso pretendemos todos los que estamos aquí sellados con el carácter sacerdotal. Por eso nos encontramos reunidos.

El eje que me ayuda a girar en torno a la Eucaristía ha sido la oración. Tengo que confesar con sinceridad que en algunas temporadas ha estado un poco oxidado, pero he de agradecer con gozo al Señor una gracia actual muy singular recibida hace unos seis años: el reencuentro serio con la oración metódica y constante, junto con una gran hambre de Dios. Os lo comunico en estos momentos porque sois amigos, y porque os quiero pedir que me ayudéis y seáis para mí gracia actual.

La amiga inseparable de la oración ha sido la lectura espiritual. Épocas en las que he practicado con fidelidad la lectura espiritual de libros clásicos y enjundiosos, inspirados por Dios o escritos por hombres santos, mi fervor de espíritu y mi vida de oración han marchado sobre ruedas. Cuando la lectura era más bien de mera formación intelectual, humana o pastoral, mi vida de trato íntimo con Dios bajaba quilates.

En esta etapa de túneles de nuestro sacerdocio que estamos viviendo no nos hemos de desanimar. Llegará la luz, llegará el momento en que se abran las puertas de par en par y se cierre un largo período de la historia, y se volverá a comprender la realidad matrimonio – sacerdocio. Cristo no instituyó el sacerdocio para sólo célibes.

Gracias, Señor, por este sacerdocio que, sin yo merecerlo, me otorgaste hoy hace veinticinco años. Gracias porque nos hemos reunido aquí este grupo de familiares y amigos. Ya gracias a todos vosotros que me habéis acompañado. Pido al Señor que todos los que fuimos ungidos, sigamos sintiéndonos sacerdotes hasta el fin de nuestra vida, pase lo que pase. Y pido también que todos los que fuimos consagrados por el Bautismo sigamos sintiéndonos cristianos, hijos de Dios, hasta el fin de nuestras vidas, suceda lo que suceda. Amén.


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