"Me voy a poner un cartel en la frente con esta frase: "No me cuentes tus problemas"". Esto me decía un compañero de viaje, hace ya muchos años en un largo recorrido en tren. No recuerdo cuál fue mi respuesta. Algo le diría, porque desde niño llevo muy metido en mi alma el deseo de escuchar, y el afán de comprender a la gente. Es hermoso aliviar a nuestros hermanos en su descarga psicológica. Y con sinceridad puedo decir que nunca he tenido la sensación de ser explotado malamente; ninguno me ha dado la "paliza". Más bien todo lo contrario: me he sentido feliz al escuchar. Sé que muchos no compartirán mi experiencia, como el amigo del tren.
Me preocupa nuestra sociedad enferma e incomunicada, a pesar de que nunca ha habido tantos medios de comunicación. Muchos enfermos mentales se curarían si tuvieran un amigo bueno y comprensivo; y si a la vez este buen compañero disfrutara de prestigio, el paciente le obedecería y la salud mental sería mucho más rápida. Para las enfermedades de tipo obsesivo el mejor remedio es la obediencia a quien dirige y orienta nuestra salud.
Hoy se habla mucho del "mobing" en el trabajo o en círculos de sociedad cerrada. Consiste en hacerle la vida imposible a un compañero de tal manera que, o se marcha o cae en depresión. Creo que hoy esta figura esta contemplada en el Derecho como delito. Las víctimas suelen ser buenos trabajadores, competentes, celosos, pero a quienes la mediocridad no los puede sufrir. ¡Cuántas penas, preocupaciones y pretericiones causadas en este entorno desembocan en verdadera enfermedad! En estas circunstancias, muchas personas desean vivir al margen de toda preocupación ajena, y llevan pegado en su frente el cartelito de marras: "No me cuentes tus problemas"
Es necesario que nos propongamos estar abiertos; salir de nosotros mismos; incluso ir en busca del callado, del preocupado, de aquel que sufre en el trabajo; de los que nadie hace caso, y se hunden en la depresión. Tender el puente de nuestra amistad sobre todo a estas personas. Escuchar aquello que les inquieta y preocupa. ¡Ojalá merezcamos que nuestro compañero nos cuente sus problemas! Sería un honor.
El otro día leía en un periódico que casi nadie atiende a los sermones u homilías, porque la mayoría son muy flojos; que gran parte de los predicadores hablan "de memoria" y siempre dicen vaguedades; que algunos que concretan lo hacen como "barraqueros". ¿Por qué no meter también en la predicación estos temas muy humanos y muy cristianos? Son actuales; y nos ayudan a todos a abrirnos, comunicarnos y mostrar al prójimo esa cualidad receptiva que llevamos en nosotros. El cristiano de hoy ha de volver a sus orígenes, al amor. Pero no de una manera abstracta o dirigida tan sólo al tercer mundo...
He podido asistir hace unos meses a una reunión de kikos; me encantó. Yo pensaba: ¡Cómo se quieren! ¡Como los primeros cristianos! Aunque yo no me haya apuntado al grupo, me gustaría ser un poco kiko.
José María Lorenzo Amelibia
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