Desde muy niño me llenaban de fervor las letanías del Corazón de Jesús. De verdad tienen un algo místico que puede calar hasta en los corazones más infantiles. Sobre todo, en lla adolescencia, cuando las recitaba en el mes de junio, penetraban en mi alma como chispas de amor que la encendían. En una invocación siempre me hubiese detenido sin intentar pasar adelante: "Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad". Horno que calienta a las almas fieles; que abrasa y hace hervir cuando en Él nos introducimos.
Yo quisiera, Jesús, ser como Tú, y también para Ti, horno de fuego de gratitud, de pasión eucarística por Ti que nos esperas ardiendo en ese pequeño tabernáculo. Yo quisiera que nos conviertas en volcanes en erupción de amor; que por nuestro influjo desaparezca la indiferencia, la frialdad hacia Ti, Santísimo Sacramento.
Me emociona contemplar a San Pedro de Alcántara que ardía tanto en el fuego de amor a Jesús sacramentado que deshacía el hielo, cuando sus pies descalzos pisaban los campos nevados de Castilla. Era tan alta la temperatura de sus huellas que el religioso lego acompañante las iba pisando para entrar en calor. ¡Quién pudiera amar así a Jesús!
Mi alma, Señor, ya arde, pero como leño húmedo que despide más humo que fuego. Introduce, Tú, Jesús, mi corazón en el tuyo, - horno ardiente de caridad - para que siempre, desde ahora, se consuma en tu honor; si no puedo como sol o como volcán, al menos como lamparilla de sagrario; y que a la vez sea signo visible de que Tú, Jesús, te encuentras entre nosotros y nos quieres dar la fuerza de la caridad total.