Somos débiles, Dios nos ayuda

 Dura es la vida; y áspera con frecuencia; enfermedades, disgustos, trabajos, reveses… Pero nos encontramos en Dios. Como las aves envueltas por el aire, como la esponja plena de agua hasta sus últimos repliegues, así nuestra existencia en el Señor.

En los ratos de oración se enfrasca tu espíritu en la lectura de los Salmos: “Dios me recogió en su tabernáculo, y en lo más secreto de Sí me escondió en el día de la desgracia.” Estamos en la mayor intimidad del Padre Eterno, aunque sufra nuestro corazón y nuestro cuerpo.

Inúndese tu alma de la paz más profunda; de la seguridad más plena. Y dile a tu Señor: Escóndenos, oh Dios, en el fondo recóndito de tu corazón; guárdanos como a las pupilas de tus ojos. Mira que por todas las partes vemos indiferencia y egoísmo y necesitamos que alguien nos acoja con el cariño del hogar de nuestra infancia. Y ayúdanos a ser nosotros la mano blanda tuya con todos que necesitan comprensión o ayuda material.

 El Señor será para ti la madre buena que guarda en su regazo los frutos de sus entrañas; refugio seguro en la tempestad de las jornadas de alta montaña; roca fuerte para cimiento de tu espiritualidad; ciudad amurallada, donde no te vencerá el enemigo; nido caliente de amor y gozo en las noches invernales; amigo seguro, a quien acudas en el día de la prueba; blandura en los momentos de descanso.

Confía en Dios. En El vivimos, nos movemos y existimos.  Y lleva este mensaje de paz y sosiego a tus vecinos y compañeros. Tú serás el signo humano de este amor divino.¡Qué bueno vivir con esta fe, escondidos en Dios! Y qué maravilla ser para las personas con quienes tratamos acogedores y bondadosos; lo mismo que el Señor para nosotros.

Pena grande si todo no pasara de un bello deseo. Recuérdalo muy a menudo. Pídelo todos los días en la oración. Que nuestro Padre Omnipotente, el que todo creó de la nada, transformará tu espíritu, si a su merced lo entregas en tu plegaria. Dios es nuestro refugio, nuestro gran ánimo para luchar contra tata miseria que llevamos dentro y otra tanta que nos rodea.

José María Lorenzo Amelibia

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