Una enfermedad providencial
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Una enfermedad providencial

Confiemos en la Providencia divina
En un momento dado puedes oír una voz interior que te dice: “Confía”. Tal vez la hayas escuchado en más de una ocasión y te ha dado aliento. Tal vez llegues a oírla: no la desprecies; atiéndela como lo hizo María Luisa Lozano, una mujer joven, soltera y sin hijos. Es profesora de marketing y disfruta de otros títulos y ejerce numerosas actividades.
Cuando tenía treinta y seis años, llevaba más de quince sin religión ni creencias, y entonces redescubrió al Dios a quien hasta su juventud había amado. Había caído enferma como consecuencia de mucho estrés y conflicto interior; pero su mal no era tan sólo de tipo psicológico: su hígado no filtraba bien y permaneció en baja laboral durante varios meses. Dispuso entonces de mucho tiempo para pensar y se dio cuenta de que hacía años que no le gustaba el ritmo de vida que se había impuesto. Su tristeza era grande; cayó en depresión, pero en un momento de gracia de Dios se volvió a Él y le dijo: “Yo, Padre, dejo mi vida en tus manos, porque no la sé dirigir; y lo hecho hasta ahora no me satisface”.
No se trataba de una emoción pasajera: María Luisa oía un día y otro en su interior: “Confía, hija, confía”. Y escribía después: “Estas tres palabras contenían una fuerza y un amor que me dieron una gran paz, y el llanto paró y me fui sintiendo más calmada. Mi vida cambió por completo y necesitaba encontrarme de verdad con Jesucristo. Si alguien me pregunta, “¿Qué sientes?” Yo le diría: “Mucha paz, mucho amor y como si estuviera envuelta en una luz blanca””.
¡Qué bueno es Dios! Cuántas personas deben su conversión, su felicidad, el rumbo nuevo y venturoso de su vida a una enfermedad providencia. ¡Y… a simple vista nos parecía una desgracia!
El psiquiatra y profesor Eugenio Fizzoti, de Roma, nos dice que el sufrimiento tiene significado: también en él podemos realizar algo válido y auténtico. “Al igual que el grano de mostaza del Evangelio, el hombre puede entregar en el sufrimiento el máximo de sí, con tal de que no ceda a la tentación de declararse vencido”. Además, el dolor le permite encontrar, de una manera un tanto misteriosa, la propia satisfacción a nivel existencial y profundo. Más allá de lo agradable y lo desagradable. El testimonio de María Luisa y de tantos otros que disfrutan de una felicidad nueva confirma la doctrina de este hombre sabio.
Enfermos y Debilidad
José María Lorenzo Amelibia
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