Los obispos trabajan mucho, pero ¿son santos?

Para los Obispos.

Los obispos trabajan mucho, pero ¿son santos?

Querido señor obispo de habla hispana: Pocas personas habrá con un trabajo tan intenso y delicado como los obispos. Soy consciente de ello y estoy convencido de que mis letras no van a ser para Vd. una pérdida de tiempo; resérvelas, por favor, para el momento de la lectura espiritual de esta tarde. Ojalá le sirvan de verdadero "re-creo" espiritual.

Sea Dios el objeto de la alegría del Obispo; y esto por una libre elección propia. Cuando el alma se entrega a satisfacciones humanas, aunque sean muy dignas, pronto llega a experimentar el vacío. Ni los placeres, ni los honores, ni el prestigio llenan el corazón más que de momento.

A lo largo de la vida se pasa por crisis de tedio en la oración que pueden ser noches oscuras o simplemente tibieza por haber abandonado el contacto consciente e íntimo con el Señor. El Obispo se encuentra entonces muy solo; si no tiene la suerte de un director espiritual muy santo puede sentirse tentado a abandonar la oración, y es preciso continuar en medio de la mayor aridez desértica. Es necesario saber "aguantar" la desolación de una oración árida en medio de un volcán de distracciones. Merece la pena perseverar en ella, y mejor aún hacerla junto al sagrario. Es difícil, porque las sequedades y distracciones nos causan la sensación de que todo es pérdida de tiempo. Pero en compensación a nuestro esfuerzo, Dios premia siempre la fidelidad en la oración, aun en medio de la aridez, con esa paz interior casi inalterable, y dando a nuestra palabra esa unción que penetra aun en los corazones más fríos.

Cuando se olvida el contacto íntimo con Dios junto con el ejercicio de la mortificación, caen el sacerdote o el obispo en la situación de mero funcionario, con la agravante de verse obligados a fingir espíritu de piedad que no tienen. Esto conduce inevitablemente a la hipocresía. Sí, lo sabemos, pero se va metiendo en nuestras almas casi sin advertirlo el descuido en la oración personal o de mortificación diaria. Y en nuestra generación de personas ya maduras, tenemos mayor peligro aún, porque hemos vivido una época – décadas setenta a noventa – de una enorme desacralización en todos los ambientes, también en el clerical.

 José María Lorenzo Amelibia

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