Sor María Inmaculada Franco Martínez: Mujer de fe

Y a continuación nos comunicaba la triste noticia “con el corazón lleno de dolor y a la vez colmado de esperanza”, diciéndonos que el Señor se había llevado consigo a nuestra querida Madre Inmaculada Franco, Primera Consejera de la Federación, ex priora federal y actual Priora de la Comunidad de Santo Domingo de Guzmán en Zaragoza, de la que fue fundadora y su primera priora.
Sor María Inmaculada tenía 76 años y era el alma de la nueva Comunidad de Santo Domingo de Guzmán de Zaragoza, fruto de la fusión de tres monasterios. Hacía unas semanas había sido intervenida quirúrgicamente, y el postoperatorio era satisfactorio . Todas estábamos contentas porque los médicos habían manifestado que no era necesario realizarle ningún tratamiento. Pero el día 26, de forma repentina se nos adelantó para celebrar su Pascua: La Pascua de Jesús en la casa del Padre.
Era Valenciana y llevaba 54 años consagrada por la profesión como monja contemplativa en la Orden de Predicadores.
Había ingresado en el Monasterio de Alcañiz, Teruel. Realizó diversos servicios en la Federación animando comunidades de España y de Argentina, hasta que en el año 1994 fue elegida para el servicio de Priora Federal, siendo reelegida para un segundo sexenio hasta el año 2006.
No le tocaron años fáciles, pero siempre intentó, dentro de las dificultades del momento, mantener la serenidad, y sobretodo buscar en todo la voluntad de Dios. Animaba a las monjas a ello, y lo hacía insistiendo en dos aspectos fundamentales: Uno la confianza en el amor incondicional del Señor, de Jesús, de quién decía, sobre todo cuando las cosas no iban bien, o cuando no se entendían sus designios: “¡Qué majo es!”. El otro aspecto era su amor a María, la Madre de Jesús, a quién confió la Federación, y a cuya protección se encomendaba: La Virgen Inmaculada, fue, para Sor María Inmaculada, una compañera de camino, un pilar de fortaleza ante la adversidad y una luz que la acompañó en la travesía de su vida consagrada.
Su vida estuvo marcada por una profunda confianza en el Señor, y por un gran espíritu de fe. Cada vez que tenía alguna preocupación, se la veía madrugar y pasar horas silenciosas ante el Sagrario, intentando discernir y dejar en manos del Dios de la vida todas sus preocupaciones. Oraba y pedía que orasen por los otros.
Tenía una gran capacidad de acogida a las hermanas y a cuántos acudían a ella, sacerdotes, religiosos, seglares, y todos sabían que en ella encontrarían una confidente, un testigo silencioso de cuánto se le encomendaba, y si era necesario, una palabra oportuna, y siempre la cercanía de su oración.
Supo abrirse con serenidad a los cambios que la vida contemplativa presentaba, y desde una actitud pacificadora y confiada, daba pasos para acompañar a las hermanas, especialmente a las mayores y a aquellas que pasaban por situaciones delicadas, con la certeza de que Dios tiene para cada uno sus planes y que cada uno ha de responder en fidelidad a la conciencia y según Dios se lo dé a entender. Me consta que muchas hermanas encontraron en ella un apoyo incondicional, cuando no todos entendían diferentes situaciones, y que ella insistía siempre que lo importante siempre era la persona.
En el momento de tomar decisiones difíciles, fue la primera en ponerse a disposición de sus superiores para que dispusieran de ella y la enviaran allá donde fuera necesaria, y cuando era enviada, asumía la tarea encomendada con alegría y decisión, con la certeza de que estaba haciendo lo que Dios quería de ella.
En la homilía de su funeral el Padre Antonio García O.P. actual asistente de la Federación dijo que: “Ante la muerte de Sor Mª. Inmaculada, nuestra actitud debe hacer referencia a la de Jesús: Silencio y gratitud. Silencio para no llorar solamente, sino para orar por ella y a ella. Ella, la semilla que ha muerto, dará mucho fruto, yo creo que ya lo está dando. Como dijo N.P. Sto. Domingo: Os seré más útil desde el cielo. Y gratitud por su vida, por todo el bien que ha hecho, como monja dominica contemplativa. Recordemos las palabras de San Pablo a los Romanos:
"Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muerto, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él".
El Padre Antonio dijo que Sor María Inmaculada “era “Una mujer profundamente humana, sencilla, sin hacer alarde de nada, eso sí con una mirada de fe en Dios, del que había hecho el centro de su vida. Su voluntad estaba en Dios.”
Descanse en Paz quien durante su vida buscó el rostro de Dios, le descubrió presente en los hermanos y vivo en el corazón de la oración contemplativa, oración que purificaba su corazón y su mirada para ver todo a través del prisma de la fe y de la caridad.