Que el Príncipe de la Paz irrumpa en nuestra historia

El Profeta Miqueas, en este adviento nos recordó que Él será nuestra paz, que Él nos dará la paz. Y ahora que la Navidad ha llegado, y que el Príncipe de la Paz quiere irrumpir en nuestra historia, me atrevo, desde el Monasterio, con un deseo profundo, pedirle que Él sea definitivamente nuestra Paz, el pacificador:

Que se instale en el corazón de los que nos llamamos cristianos, y que de una vez por todas comencemos a amarnos tal y como somos: Sin ponernos etiquetas y sin perseguirnos los unos a otros, creando bandos e ideologías, que nada tienen que ver con el Evangelio, aunque todos pretendamos tenerlo por bandera.

Que haga que nos amemos a cara descubierta y nos digamos las verdades con amor y deseo de construir, y que nunca más el anonimato cobarde sea el arma con la que gritamos “verdades” que descalifican, condenan y difaman, y que por no haber nacido de un corazón reconciliado, nada tienen que ver con el que es la Verdad y que una vez más se quiere manifestar en nuestra historia.

Que ponga su tienda en la Iglesia, en nuestra Iglesia, y que ella sea la casa común donde todos los hombres y mujeres de buena voluntad sean acogidos en nombre de la misericordia y tratados con la delicadeza infinita de quien sabe que el otro es un sacramento del amor de Dios que se nos da. Que en ella todos sean corresponsables y que no exista otro poder más que el servicio, y otra jerarquía más que la del que da la vida por sus hermanos.

Que haga que todos hablemos el lenguaje universal del amor, y que aceptemos los diferentes tonos, las distintas melodías y compases, elementos indispensables para que la música sea más rica y cuente con más voces, capaces de hacer resonar, más y mejor el canto nuevo de la Buena Nueva de la Salvación; y que esta variedad no sea nunca una amenaza, sino una oportunidad para conjugar mejor la gran sinfonía de la Vida que vale la pena disfrutar.

Que no haya odios ni resentimientos, y que si alguno tiene algo contra su hermano, o sabe que él otro lo tiene contra él, que sea capaz de renunciar a su ego y salir a su encuentro, con la certeza de que quien pierde su vida la gana y quien da, es más feliz que quien recibe.

Que su paz se instaure en los corazones que están rotos; se restablezca en los hogares divididos; se haga palpable en los pueblos que están en guerra, y cure cuántas heridas supuran por el odio o la venganza; el resentimiento o el temor, la amargura o la traición.

Que Jesús, el Príncipe de la Paz, sea de verdad nuestra Paz, y que el año que estamos estrenando sea una oportunidad para vivir con renovada ilusión, para darle una oportunidad a la esperanza y para dejar que Él nos haga criaturas nuevas capaces de construir una nueva humanidad.
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