Un catalán que vivió en tierras tucumanas

Esta semana moría en Tucumán, mi tierra natal, Monseñor José Ricardo Arbó Inglés, un catalán nacido hace 78 años en Mora de Ebro, Tarragona. Dejó su Cataluña natal siendo aun muy joven, pero nunca perdió sus raíces, y sobretodo, nunca perdió su gran amor a la Moreneta, La Virgen de Montserrat. Llegó a Tucumán siendo aun seminarista, allí se ordenó sacerdote y sirvió a la Iglesia Diocesana y al Pueblo de Dios a lo largo de prácticamente toda su vida.

Era un hombre muy recto, y de unas entrañas evangélicas muy cálidas. Era un sacerdote cabal, todo de Dios, y todo de sus hermanos. Valía la pena ir a sus eucaristías, no sólo por participar de la celebración central de nuestra fe, sino también para escucharle desgranar el Evangelio y aplicarlo a la vida. Era un pozo de sabiduría y tenía una formación impresionante. Una sana ironía hacía que uno diera vueltas a las cosas y no se quedara en la superficie. El mensaje de Arbó siempre iba más lejos. Sus buenas dotes para la oratoria, eran en ocasiones una invitación o una provocación para profundizar en la Palabra de Dios dejarse interpelar por ella. No menos profundos eran sus consejos y su palabra oportuna.

Monseñor Arbó, era de apariencia seria, pero una vez que uno cruzaba el umbral de la distancia, se encontraba con un hombre muy sensible, capaz de sintonizar con uno hasta ponerse en la piel de su interlocutores, con todo lo que eso significaba. Tenía una buena doctrina, pero sobretodo encarnaba la misericordia de Dios de la que era un dispensador generoso.

Durante muchos años sobrellevó el dolor y los inconvenientes de la enfermedad, alguna vez verbalizó que le habían dejado en el andén con las maletas preparadas, y que eso ¡había sido una mala jugdaa! Porque el cara acara con el Dios de la vida al que amaba, parecía inmediato y la idea, ¡le seducía de verdad! Sin embargo, sabiendo que era voluntad de Dios seguir en la brecha, estuvo, hasta que sus fuerzas se lo permitieron, entregado en cuerpo y alma a la causa del Evangelio.

Como a todos los inmigrantes españoles, le llamaban gallego, pero en Tucumán todo el mundo sabía quién era “El Gallego”.

Llevaba 26 años de rector en la Catedral, después de haber sido vicario general de la arquidiócesis y persona de confianza de varios arzobispos. Era un hombre eclesial, y amaba con pasión a la Iglesia y sobre todo, a las personas.

Había fundado en Tucumán cursillos de Cristiandad, y fue su alma durante muchos años. Fue padre, formador, amigo y consejero de jóvenes, adultos, y hasta niños, bastaba verle con los aspirantes de Acción Católica y hacerse cómplice con ellos. No desperdiciaba ocasión para darles un mensaje que les sirviera para vida, yo misma guardo en mi recuerdo de infancia sus consejos y ¡hasta sus ocurrencias, que en más de una ocasión me ayudaron en la vida.

Era muy exigente consigo mismo, y muy acogedor y comprensivo con los demás.

Era un catalán de pura cepa, amaba su tierra y nunca dejó de seguir cuanto en Cataluña ocurría. En mis últimos viajes siempre me preguntaba con ansias por su “Patria” y por la Iglesia Catalana. Me decía que tenía una sana “envidia” porque sabía que desde la ventana de mi celda, yo podía contemplar cada día Montserrat.

No dudo que en gran parte conocí y amé a Cataluña gracias a él. Una vez que estuve en esta tierra, fue por méritos propios de la tierra que me acogió, pero sin duda su influencia no fue seecundaria, y por ello, le estoy inmensamente agradecida.

La Iglesia de Tucumán tiene con él una gran deuda. Los laicos, a los que formó, promocionó y acompañó, han recibido de él una gran herencia, que éste pastor bueno y fiel, interceda por aquellos a los que amó y anunció la Buena Noticia del Evangelio.
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