Estamos conectados a la “Fuente”

Cuenta una leyenda que había una vez un pequeño riachuelo que atravesaba un típico pueblo de montaña. Dicen que el río vivía alegre y feliz, pero que había una cosa que le preocupaba y ¡hasta le quitaba el sueño de sus noches serenas!, y es que él sabía que toda su riqueza, toda su vida era el agua que corría por su cauce. Pero, precisamente esta agua, que era toda su vida, se le escapaba continuamente, no la podía retener.

Y se preguntaba no sin angustia, qué pasaría si alguna vez no le llegara el agua nueva.

Un día, sin esperarlo, descubrió que el agua le venía del deshielo de las nieves perpetuas de una montaña muy alta que él no había visto nunca. Cuánto más calor, más deshielo y más agua nueva. No tenía ningún peligro de quedarse sin agua, de secarse, porque estaba conectado a las nieves perpetuas.

El pequeño riachuelo se puso muy contento y pensó que una cosa así hacía falta celebrarla. Por eso, convocó a los árboles que crecían a su orilla, a las hortalizas de la ribera, a los pescados, a pájaros y a la gente del pueblo, y preparó una gran fiesta. Y el riachuelo aprovechó aquella ocasión para decirles: “Hoy me comprometo ante todos vosotros a daros siempre toda mi agua. Soy un río afortunado, no debo sufrir por el agua”

Hoy en la liturgia, viendo aquel leproso que había sido curado, y que regresa –antes de ir a presentarse a los sacerdotes, porque se dio cuenta que estaba limpio- sentí necesidad de dar gracias a Dios y alabarle. Me sentí como ese riachuelo pequeño. Sé que estoy y que estamos conectados al que es la Vida y nos la da en abundancia: a la fuente. Por eso creo que no debemos tener miedo de que nos falte el agua, de que no nos llegue el agua nueva: Estamos conectados al que es la fuente inagotable de la Caridad.

Que también nosotros/as, como el pequeño riachuelo sepamos que estamos conectados a la fuente de la VIDA que es Jesús, pan partido y repartido, que vino a darnos la salud, a limpiarnos.

¡Ojalá que no perdamos el tiempo intentando “retener” nada, al contrario que compartamos con alegría el agua que se nos da generosa, y sobre todo, que sepamos dar gracias al que nos la da cada día.

¿Porque tenemos miedo? La fuente es inagotable y se nos da hasta la saciedad; se nos da generosamente, para que nosotros podamos también dar a otros de beber.
¿No es esto un gran motivo de acción de gracias? ¡Celebrémoslo!

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