La crisis de los cuarenta o el agradecimiento a la vida

Dentro de unos días superaré la edad de la “tan temida” crisis de los cuarenta, y supongo que entraré en los cuarenta y uno, igual de tranquila que he vivido este año, en el que tanto me advirtieron: ¡Ya verás, los cuarenta…!

O sea, que de la anunciada “crisis”, nada de nada. De momentos buenos, ¡muchísimos!, y de difíciles otros muchos, pero unos y otros forman parte de la vida y puedo asegurar que nunca se me ha pedido nada que superara mis fuerzas o mi capacidad.

Cuarenta y un años, es un camino lo suficientemente largo, como para poder mirar en perspectiva para atrás y dar gracias, y sobre todo, para mirar al futuro con optimismo: se me ofrece cada día la posibilidad de asumir la vida como una gran oportunidad para ser feliz. Decía Chestertón que la idea principal de su vida fue aceptar las cosas con gratitud y no como algo debido, inevitable. Una actitud positiva que nada tiene que ver con la presunción ni con la desesperación.

El presuntuoso –decía- piensa que nada hay digno de sí, y cree que lo que recibe y se le da, es un derecho que se merece. Esto raya con la prepotencia, y nunca da la felicidad. La desesperación es un pesimismo vital, capaz de paralizar el entusiasmo y enturbiar la mirada, atenta sólo a ver el lado oscuro de la vida. El que es arrogante perdona la vida a los demás. El pesimista maldice su suerte. Ni uno ni otro sabe agradecer.

En cambio, afirmaba, "el objetivo de la vida es la capacidad de apreciar; no tiene sentido no apreciar las cosas como tampoco tiene ningún sentido tener más cosas si tienes menos capacidad de apreciarlas". Lo recibido es un don, un regalo y nunca un derecho.

Que nunca nos cansemos de apreciar y agradecer lo que se nos ha dado, y que sabiendo que todo es don, vayamos por la vida con humildad.

Brindo por la vida y por la oportunidad cotidiana de ser felices y hacer felices a los demás.

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