Un hombre que pasó haciendo el bien

Ayer a la madrugada Francesc Ribalta, dominico seglar de Manresa, un joven de 93 años, resucitó con Cristo después de haber “combatido bien el combate” y de “haber mantenido la fe”.

Le conocí hace 14 años, a mi llegada a Manresa. Era un hombre que llevaba la fiesta en el corazón, y por eso siempre a su alrededor todos estaban contentos, ¡y siempre le rodeaba mucha gente!

Nos hicimos muy amigos, tanto que él decía que yo era su madre, y él, sin duda era un buen hermano. Hace un mes le diagnosticaron un cáncer, y le enviaron a casa. Muchas fueron nuestras conversaciones y confidencias, y su marcha, aunque dejó un gran vacío, dejó en todos mucha paz.

¿Por qué hablo de alguien a quien la mayoría de los lectores no conoce? Simplemente porque creo que en estas vidas silenciosas, de los limpios de corazón, de los pobres en el espíritu, se esconde la fuerza imparable de la fe y la prueba definitiva de que Dios camina con su pueblo.

Un hombre que vivió de las convicciones profundas de la fe, y que vivió la muerte como un tránsito sereno a la plenitud de la vida.

Hace una semana me dijo que quería celebrar sus 94 años por todo lo alto, que haríamos una fiesta, y confidencialmente me dijo: “Quiero que invitemos a las personas que tal vez me hicieron sufrir sin saberlo o sin quererlo, quiero que se sientan importantes y que sientan mi agradecimiento por el bien que me han hecho”. Evidentemente quería tener todo resuelto y que nadie tuviera nada contra él, porque él no lo tenía contra nadie.

Hace unos años dio cuanto tenía, solo le quedaba su jubilación, que cada mes me entregaba para diferentes situaciones de necesidad: Un hospital de Sierra Leona, las Hermanitas de los pobres, SOS TUCUAN, etc. etc. Al final me dijo: “Ya solo puedo dar lo único que tengo: mi oración y ofrecer mi vida”.

El día 14 a la mañana empeoró y me dijo: Tal vez mañana venga la Virgen a buscarme, ¡entonces sí haremos una gran fiesta!

Y en la madrugada del día 15, se fue dejándonos mucha paz. Por la tarde me reuní con su hermano jesuita, el padre Joan Ribalta y le dije: “- Mañana en la misa no quiero estolas moradas, quiero que la misa sea una fiesta: Es la Pascua del Francesc”. Y así lo hicimos.

Hoy, en la Iglesia del Convento, concelebrando 8 sacerdotes, y con la presencia de muchos amigos, vecinos y familiares, despedimos a este buen dominico seglar que con su vida anunció la Buena Noticia de la salvación, y que con su muerte nos dijo que ¡ahora VIVE para siempre!

Seguramente, desde el cielo nos regalaría su sonrisa generosa, ¡cómo no! Su hermano jesuita, con una estola con el escudo de la Orden de Predicadores; la homilía compartida entre su “madre” una dominica, y su hermano jesuita. Definitivamente, jesuitas y dominicos hermanados ante un hombre santo que pasó como uno de tantos, haciendo el bien.

Francesc, fill meu, ahora que ya contemplas a Dios, acuérdate de los que aún peregrinamos en este mundo, y ahora que has visto lo que siempre has deseado escucha cómo Jesús te dice: “- Francesc, entra al gozo de tu Señor, al banquete que Él mismo te ha preparado porque le has amado sin medida”.

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