¡Qué poco vale la vida de algunos!

La Subdelegación del Gobierno en Granada ha informado esta madrugada que volcó una embarcación con treinta y siete inmigrantes a bordo. Veintitrés fueron rescatados y hasta ahora hay catorce desaparecidos entre los que se cuentan un menor, cuatro mujeres y nueve hombres.

Seguramente huían buscando mejor suerte para sobrevivir en España. Posiblemente alguien les dijo que aquí se ganaba dinero, y que al menos podrían cubrir sus necesidades básicas. Tal vez soñaron mucho tiempo con una vida digna y ello les llevó a ahorrar durante meses y a vender sus pocas o muchas cosas para poder venir “al paraíso” del que alguien les habló.

Sin duda fueron víctimas de algún inescrupuloso que los subió a la patera ofreciéndoles todas las garantías, que como en tantos casos, éstas carecían de fundamento. Y pasó lo peor: lo que podía pasar, pero que la desesperación de la huída les impedía ver. Unas olas de cuatro metros, un mar embravecido, y una embarcación ruinosa… Y en pocos minutos o tal vez en algunas horas de angustia y deseperación, desaparecieron.

Les están buscando. Hoy son noticia de titulares, pero seguramente al final del verano serán sólo un número más de desaparecidos y de pateras que intentaron llegar a la Península.

Habrá análisis superficiales desde los que se quejan de la falta de control de la inmigración, hasta los de aquellos que recibirán la noticia como una más. Habrá también quienes lucharan porque esto no vuelva a pasar, pero su voz se quedará en el olvido porque conviene que “las aguas estén tranquilas” y no menear más el tema de la inmigración.

¿Cuántos lloraran éstas muertes? ¿cuántos se unirán a la desesperación de los que llegaron a tierra y seguramente serán repatriados? ¡Qué poco vale la vida de los pobres! Ellos son tan pobres que a veces solo les queda la resignación y el jugárselo todo, “porque peor, seguro que no estarán”, y por eso se lanzan en busca de mejor suerte, aunque mueran en el intento.

Ellos aceptan con naturalidad la vida y la muerte, y su llanto y su fiesta queda en el olvido de una sociedad opulenta que no tiene tiempo para ocuparse de los pobres, o que “¡ya tiene bastante!” con su crisis.

Mientras leía la noticia, y pensaba en tantos rostros de inmigrantes como me encuentro cada día en la calle o veo en las noticias, o tocan a la puerta del monasterio, vino a mi mente aquel idealismo de los años 70, aquel sueño de Jaume Sisa que cantaba –lo pongo en catalán porque es su origen, y os ofrezco una traducción casera:

“Oh, benvinguts, passeu, passeu!,
de les tristors en farem fum.
A casa meva és casa vostra,
si és que hi ha cases de algú”


Oh, bienvenidos, pasad, pasad!,
de las tristezas haremos humo.
Mi casa es vuestra casa,
si es que hay casa de alguno.

Y como dice Miquel Essomba, responsable pedagógico de SOS RACISME, “esperamos el día en que no tengamos que hablar de “nouvinguts” ni de “nouvingudes”, -“recién llegados o recién llegadas”- sino que todos seamos “bienvenidos”, benvinguts, benvingudes!
Un recuerdo por los que perdieron su vida “en el intento”, una palabra de aliento para los que llegaron, y una reflexión para los que estamos instalados en la sociedad, más o menos de consumo, más o menos de confort, pero seguro que en mejores condiciones que los inmigrantes a los que la pobreza y la miseria expulsó de sus países condenándoles a vivir en el desarraigo o a morir en las aguas del océano.

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