"¿Cuál es el testigo de Francisco que espera ser recogido y sobre el que se enfrentan hoy los cardenales?" Ésta es la herencia de Francisco: La revolución de los pequeños pasos

"Es cierto que el futuro Papa será el sucesor de Pedro y no de Francisco, como algunos se han apresurado a decir, pero también es cierto que cada Pontífice recoge el testigo de quien le ha precedido"
"Para Bergoglio, la institución eclesial nunca ha sido un monolito, sino una armonía que se forma constantemente a partir del desorden de la diversidad y los contrastes"
"El discernimiento nunca se refiere a las ideas (ni siquiera a las ideas de reforma), sino a la historia concreta, porque la realidad siempre es superior a la idea"
"El discernimiento nunca se refiere a las ideas (ni siquiera a las ideas de reforma), sino a la historia concreta, porque la realidad siempre es superior a la idea"
El funeral de Francisco ha dejado claro que su pontificado no ha detenido en absoluto su impulso propulsor. Al contrario, este se ha convertido en un legado. Es cierto que el futuro Papa será el sucesor de Pedro y no de Francisco, como algunos se han apresurado a decir, pero también es cierto que cada Pontífice recoge el testigo de quien le ha precedido. Así fue entre Benedicto y Francisco, quien incluso recogió los borradores de lo que debería haber sido una encíclica de su predecesor y la completó haciéndola suya. Desde el punto de vista del gobierno, ¿cuál es el testigo de Francisco que espera ser recogido y sobre el que se enfrentan hoy los cardenales?
Quien quisiera tematizar en el pontificado de Francisco una oposición entre conversión espiritual, pastoral y estructural demostraría no haber comprendido su núcleo. Si se tratara solo de un proyecto ideal, fruto de sus propios deseos, aunque buenos, se habría convertido en la enésima «ideología del cambio». Francisco siempre ha considerado a la Iglesia como una institución, pero siempre ha afirmado que lo que la hace tal es el Espíritu Santo, que «provoca desorden con los carismas, pero en ese desorden crea armonía». Por lo tanto, para Bergoglio, la institución eclesial nunca ha sido un monolito, sino una armonía que se forma constantemente a partir del desorden de la diversidad y los contrastes.

Para evitar la «introversión eclesial» en su gobierno, siempre ha mantenido activa la tensión dialéctica entre espíritu e institución, que nunca se niegan ni coinciden: la Iglesia es «pueblo peregrino y evangelizador, que siempre trasciende toda expresión institucional, por necesaria que sea», escribió con lucidez. Se comprende entonces que la pregunta sobre cuál ha sido el «programa» del papa Francisco no tiene sentido. El Papa no tenía ideas preconcebidas para aplicar a la realidad, ni un plan ideológico de reformas prêt-à-porter. Y no dudó en decir, en la homilía de Pentecostés de 2020, refiriéndose a la experiencia del Cenáculo: «Los apóstoles van: sin preparación, se ponen en juego, salen».
Claramente, esta visión implica que el pastor esté plenamente integrado en el pueblo de Dios para comprender lo que sucede y decidir qué hacer. Como ejemplo concreto, pensemos en lo que ocurrió en Chile. En su carta del 8 de abril de 2018 dirigida a los obispos de Chile tras el informe entregado por monseñor Charles Scicluna sobre los abusos cometidos por el clero, Francisco escribió: «Por mi parte, reconozco, y quiero que lo transmitáis fielmente, que he incurrido en graves errores de valoración y percepción de la situación, en particular por falta de información veraz y equilibrada. Desde este momento pido perdón a todos aquellos a quienes he ofendido y espero poder hacerlo personalmente, en las próximas semanas, en los encuentros que tendré con representantes de las personas entrevistadas».
De estas palabras se desprende claramente que solo «sumergiéndose» en el pueblo y en sus sufrimientos el Papa se ha dado cuenta de los hechos. Las ideas preconcebidas no sirven y la información oficial puede no ser equilibrada ni veraz. Solo el encuentro y la inmersión permiten un gobierno sabio.
Esta forma de proceder se llama «discernimiento», que consiste en actuar comprendiendo la voluntad de Dios en la historia. Su materia prima es siempre el eco que la realidad reverbera en el espacio interior. Y empuja a encontrar a Dios dondequiera que se dé a encontrar, y no solo en perímetros predeterminados, bien definidos, cercados y «geolocalizados».

Y el discernimiento nunca se refiere a las ideas (ni siquiera a las ideas de reforma), sino a la historia concreta, porque la realidad siempre es superior a la idea. Las acciones y las decisiones, por lo tanto, deben ir acompañadas de una lectura atenta de la experiencia. Y la vida del espíritu tiene sus propios criterios. Por ejemplo: si se presentaba una propuesta de reforma, para Francisco era fundamental comprender cuál era el espíritu —bueno o malo— que la impulsaba.
Y esto se desprende no solo de lo que se proponía, sino también de la forma, del lenguaje con el que se expresaba esa propuesta. Esto era fundamental para él en el espacio sinodal, por ejemplo, lugar por excelencia del «ejercicio espiritual» de gobierno. Por lo tanto, para Francisco había un bien —incluso en el proceso de reforma de la Iglesia— que podía realizarse sin la mediación del Espíritu. O hay «cosas verdaderas» que podrían haberse dicho sin el «espíritu de la verdad». Su sutileza al respecto era mística.
El principio que sintetizó su visión fue el lema ignaciano: «Esto es divino: no ser constreñido por lo más grande, estar contenido en lo más pequeño». La reforma puede realizarse en el gesto mínimo, en el pequeño paso, incluso en el encuentro con una persona, por ejemplo, o en la atención a una situación singular de necesidad. Esta es también la razón por la que Francisco no se dirigió solo y de manera genérica a las autoridades, a los gobernantes o a ciertas categorías de personas, sino a menudo también directamente a las víctimas de situaciones negativas o de explotación. Apuntó a lo pequeño, a lo último, al descarte, a la situación concreta, que tiene en sí misma la semilla de la reforma evangélica.
Esto también ha hecho que las «formas» de su magisterio sean flexibles. Una nota en un documento puede haber tenido para él más valor que un párrafo de texto; una homilía en Santa Marta ha sido más importante que un discurso oficial. La densidad teológica del magisterio de Francisco no ha respetado las «formas» previstas, sino que se ha adaptado a los tiempos y a los momentos.

El criterio fundamental que le ha guiado en su reforma espiritual lo expresó desde el principio en la entrevista que le hice en 2013: «Veo con claridad que lo que más necesita la Iglesia hoy es la capacidad de curar las heridas y calentar el corazón de los fieles, la cercanía, la proximidad. Veo la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. ¡De qué sirve preguntarle a un herido grave si tiene el colesterol alto o el azúcar alto! Hay que curarle las heridas. Después ya hablaremos de todo lo demás. Curar las heridas, curar las heridas...».
Y este es el testigo que Francisco dejará en manos de su próximo sucesor de Pedro.
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