Editorial del Centro Católico Multimedial ¿Viva México?

¿Viva México?
¿Viva México?

Hoy la palabra insurgencia debe cobrar un sentido distinto porque a México urgen neoinsurgentes que rompan las cadenas de las nuevas opresiones.

El 209 aniversario del inicio de la Independencia va marcado por la exaltación, alegría; júbilo desde lo más profundo del ser por amor a este suelo, a la patria, el lugar donde nacimos y somos. En todo el territorio y allende las fronteras, donde esté un grupo de mexicanos se recuerda con orgullo cómo al tañer de la campana, la revolución explotó para cambiar las cosas, dar un giro a los 300 años de vasallaje hacia la creación de la república independiente cuyo nacimiento no fue fácil y su desarrollo estuvo enmarcado por la violencia. Los descalabros parecían desfondar la Independencia; sin embargo, a más de dos centenarios, este país vive y sobrevive.

No hay duda de que, en este momento, México permanece en una encrucijada. Si se toma el camino equivocado, está en juego aún la subsistencia no sólo de la Independencia, también el de la entidad política.  A lo largo de la historia, las naciones nacen, vive, crecen y se consolidan, pero nada es para siempre. Algunas llegaron al clímax de su grandeza debido al desarrollo que olvidó a las personas poniéndolas en el colapso de su desintegración. Otras, desde su proclamación independiente, nunca han visto la paz sobreviviendo entre la efusión de sangre y hedor de la muerte; otras fueron orgullosas de su poderío económico, al punto de devorarse a sí mismas como una serpiente engullendo su cola, no para renacer cual uróboros sino para destruirse para siempre.

En este clima de fervor nacional, debe hacerse un profundo examen de conciencia para aceptar las omisiones que laceran a la verdadera nación libre. Algunos gritarán, con justificada razón, que nada hay que celebrar cuando México es una gran fosa de cadáveres; nadie podría hacer aclamaciones de fervor patrio si hubiera la suficiente vergüenza y conmoción por los más de 40 mil mexicanos quienes, de la noche a la mañana, desaparecieron sin dejar huella alguna. Ninguno sería capaz de sostener con orgullo los colores patrios de la religión, independencia y unión cuando sólo el rojo de la sangre tiñe el suelo de cientos de comunidades debido a la acción despiadada y cruel del enemigo mexicano que mata a otros mexicanos.

Hoy la palabra insurgencia debe cobrar un sentido distinto porque a México urgen neoinsurgentes que rompan las cadenas de las nuevas opresiones. No se trata de la acción política y populista que manipula ideológicamente la historia para justificar dudosos proyectos políticos paralizados por la incertidumbre. En la Carta Pastoral con el motivo del Bicentenario de la Independencia, Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria, el Episcopado Mexicano cita unas palabras del Papa emérito Benedicto XVI las cuales podrían ajustarse perfectamente a nuestra realidad: México “no puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o ante quienes pretenden cubrir la  variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables”.

Al conmemorar este 209 aniversario del inicio de la gesta por la independencia estamos orgullosos y agradecidos por nuestro pasado, nos sentimos profundamente comprometidos con nuestro presente y, a pesar de los conflictos y dificultades actuales, estamos llenos de esperanza por nuestro futuro. (CEM. Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria, No. 139). ¿Viva México? Sí, ¡Que Viva!

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