Un santo para cada día: 17 de octubre San Ignacio de Antioquía. (El portador de Dios que acabó convertido en harina de Cristo)
Es uno de los Padres de la Iglesia y más concretamente uno de los Padres Apostólicos, por su cercanía cronológica con el tiempo en que vivió Jesús. Él es el primero en llamar “Católica” a la Iglesia y el primero también en defender insistentemente la condición virginal de María
| Francisca Abad Martín
Es uno de los Padres de la Iglesia y más concretamente uno de los Padres Apostólicos, por su cercanía cronológica con el tiempo en que vivió Jesús. Él es el primero en llamar “Católica” a la Iglesia y el primero también en defender insistentemente la condición virginal de María.
San Ignacio lleva por sobrenombre “Teóforos” (portador de Dios). Nada sabemos con certeza de sus primeros años. Sobre él ha habido muchas leyendas. San Juan Crisóstomo que cantó en Antioquía las glorias de este mártir ante sus reliquias, afirma que convivió con los Apóstoles, pero tampoco esto podemos afirmarlo con seguridad. Solo podemos asegurar la fecha de su martirio en el Circo Romano, en el año 107, durante el gobierno del emperador Trajano, el cual decía:” No hay que ir a buscar a los cristianos, pero si se les denuncia y son cristianos convencidos, es preciso castigarlos”.
Entre las primeras víctimas de Trajano hay que contar a Ignacio de Antioquía. Es detenido y condenado a morir devorado por las fieras en el Circo de Roma. Desde el momento de su detención podemos seguir sus pasos, a través de las siete cartas que fue escribiendo a las distintas Iglesias, redactadas durante su peregrinaje hasta llegar a Roma, embarcando junto con otros prisioneros cristianos en un puerto de Antioquía, hasta Cilicia o Panfilia, para seguir desde allí el viaje por tierra.
En Esmirna tuvo que detenerse bastante tiempo, pudiendo recibir las embajadas de un gran número de iglesias. Allí toda la comunidad cristiana salió a recibirle, presidida por su obispo, Policarpo, discípulo personal de San Juan Evangelista, quien le rindió homenaje como si fuera el mismo Jesucristo. A ellos, entre otros, dirigirá posteriormente sus escritos. Sucede lo mismo en Efeso, Trales o Magnesia. Desde la misma Esmirna les escribe a los fieles de Roma, porque tuvo conocimiento de que los cristianos romanos trataban de utilizar sus influencias para salvarle la vida. Él se dirige a ellos para disuadirles de su empeño, pues dice que su celo le puede perjudicar, impidiéndole obtener la corona del martirio y alcanzar la gloria de Dios.
Este “portador de Dios” nos ha dejado frases tan impresionantes como éstas: “Os escribo aún vivo, pero con ansias de morir. Mi amor está crucificado” O estas otras: “Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo”. Les hace saber también que “el cristianismo no es solamente una obra de silencio, sino también una obra de gloria y de grandeza”. Estas cartas de Ignacio constituyen su más bello testamento y han sido consideradas siempre como un preciado tesoro. Era el entusiasmo del amor divino y el amor a la Iglesia de Cristo quienes le sostenían en esos momentos difíciles y efectivamente, se convirtió en “harina de Cristo” en los últimos días del año 107, durante las fiestas organizadas para solemnizar los triunfos de Trajano en Dacia. Tampoco hay constancia de los pormenores de su martirio. Menos mal que gracias a las cartas podemos acercarnos a sus sentimientos y entrever el itinerario por el que fue pasando, por lo que sin pretenderlo él mismo fue quien acabó informándonos de su propio martirio.
Reflexión desde el contexto actual:
Es admirable la valentía de este hombre, que sabiendo que va a ser sacrificado a las fieras, no solo no tiene miedo a la muerte, sino que la desea como medio para unirse con Cristo, incluso no quiere que intenten defenderle, para que no le quiten el mérito del martirio. Naturalmente, sentimientos así solamente pueden surgir de un alma profundamente enamorada de Jesús. Una vez más somos testigos de cómo el amor lo puede todo.