Un santo para cada día: 9 de abril Santa Casilda. (La Virgen Mora)

Santa Casilda. (La Virgen Mora)
Santa Casilda. (La Virgen Mora)

En su honor fue construido un santuario sobre las ruinas de la primitiva ermita que encaramado en el roquedal de la Bureba sigue presidiendo los campos de trigal y girasol que Azorín reconociera como  “el corazón de las tierras de Burgos”

A mediados del siglo XI, Toledo estaba gobernada por un rey moro, del que nos han llegado pocas noticias, tampoco sabemos a ciencia cierta si este reyezuelo era cruel o magnánimo. Según los Bolandos: “En los tiempos antiguos hubo un rey en Toledo llamado Cano. Poderoso y valiente en las armas. Acostumbraba a dirigir sus ejércitos contra los cristianos, causando grave daño a la fe verdadera. Retenía en su reino a muchos cristianos cautivos. Por disposición divina este enemigo terrible de la fe cristiana tuvo una hija llamada Casilda, para que de un tallo tan malo brotara una flor de blancura admirable sobre la que descansara el Espíritu del Señor” En esta misma idea vuelve a insistir el cronista del Breviario de Burgos diciendo: “¡Cosa admirable y nunca vista ¿Nacida de un acebuche, contra la naturaleza de su nacimiento se trasformó en un buen olivo para así dar óptimo fruto? ¿De dónde un árbol infructuoso pudo producir un ramo tan feraz de excelentes frutos?”  ¿Como pudo ser que una princesa morisca llegara a enamorarse de Cristo respirando una atmósfera tan hostil a Él ? Naturalmente la gracia de Dios puede producir estos prodigios y Casilda no es el único ejemplo en la historia del cristianismo, esto es cierto y tal sucedió en el caso de Casilda en que todo estaba dispuesto providencialmente para que suavemente se fuera produciendo el cambio. Rastreando acontecimientos podemos ver cómo pudo ser esa trasformación interior. Veamos:

 Hacia el año 950 veía la luz en Toledo una princesita a la que pusieron por nombre Casilda, que en castellano significa “cantar”, nacida en una mansión rodeada de lujos, atenciones y divertimentos, no tenía otra obligación que no fuera la de ser feliz.  Criada en medio de todas las comodidades fue creciendo, al tiempo que su corazón se llenaba de sentimientos compasivos para aquellos desafortunados cristianos que su padre había hecho cautivos y gemían en las mazmorras en que estaban encerrados. Su comportamiento misericordioso para con ellos era patente ante los ojos de los nobles que comenzaron a sentirse molestos con tal forma de proceder, por lo que obligaron a su padre a intervenir y cuando menos lo esperaba se hizo presente y la preguntó dónde iba y que llevaba escondido entre las faldas. Al constatar su padre que allí no había más que rosas, pudo continuar su marcha hasta llegar a su destino, donde la esperaban sus pobres a los que pudo socorrer, como de costumbre, con diversos alimentos. Este milagro del pan y las viandas trasformadas en rosas, lo encontramos también en las hagiografías de Sta. Isabel de Hungría y Sta. Isabel de Portugal. En el caso de Casilda fue inmortalizado, entre otros, por Zurbarán y Lope de Vega.

El afecto entre los cristianos cautivos y Casilda se fue intensificando, ellos le hablaban de Cristo y la instruían en la fe, ganándose la confianza de la princesita que un día les hizo la confidencia de que padecía de hemorragias que la iban minando la salud sin que los médicos palaciegos fueran capaces de hacer nada por ella. En situación tan comprometida sus amigos, los cautivos cristianos, le abrieron un camino a la esperanza informándola que existía un lugar donde podría curarse de sus dolencias y que éste no era otro que la laguna de San Vicente en Briviesca (Burgos), donde debería bañarse para ser curada. Convencido el padre de tal propuesta comenzó a hacer las gestiones correspondiente para obtener el beneplácito del rey castellano, quien a cambio de la liberación de presos cristianos concedió el permiso que se solicitaba. Acompañada de su sequito partió para tierras burgalesas donde habría de encontrar no solo la curación de su enfermedad ginecológica, sino también la salud del alma recibiendo solemnemente el bautismo.

Santa Casilda

Todo iba a cambiar a partir de ahora.  Casilda decide consagrar su vida a Cristo, permanecer virgen y pasar el resto de sus días en la más absoluta soledad, entregándose por entero a la oración y a la penitencia en los montes agrestes de Obarenes. Quien tuvo en sus manos todo el boato y fastuosidad que un humano pueda desear, había decidido de pronto convertirse, por amor a Cristo, en una persona solitaria e indefensa carente de todo, aislada del mundo y de las gentes que pudieran proporcionarle un poco de calor humano.  Diríase que el vacío y la soledad iban a ser a partir de ahora sus eternos acompañantes, pero en realidad no era así porque el amor de Dios habría de satisfacer con creces todas sus aspiraciones humanas y sobrehumanas, hasta que llegó el momento de la partida. Hacia el año 1107 después de haber santificado con su presencia esos benditos parajes burgaleses, testigos de su gesta heroica, fue llamada a la casa del Padre, siendo sepultada inicialmente en la capilla que ella misma había mandado construir y  que pronto habría de convertirse en centro de peregrinación. Allí reposaría hasta que el Cabildo burgalés encargó a Diego de Siloé la elaboración de otro sepulcro más artístico y majestuoso.

Reflexión desde el contexto actual:

La tradición que va de padres a hijos ha perpetuado la presencia de Sta. Casilda en la comarca de Briviesca. El fervor y devoción de los  burebanos hacia su santa patrona data del siglo XVI. En su honor fue construido un santuario sobre las ruinas de la primitiva ermita que encaramado en el roquedal de la Bureba sigue presidiendo los campos de trigal y girasol que Azorín reconociera como  “el corazón de las tierras de Burgos”. Allí continúan acudiendo con fe sencilla y ciega confianza los paisanos y paisanas de estos pagos para implorar alivio en sus enfermedades hemorrágicas. Al pozo Blanco también llamado de Santa Casilda siguen yendo los jóvenes matrimonios con el fin de implorar a la Santa que les conceda el don de la fertilidad. Para que luego digan que el fervor de antaño se ha extinguido por completo en nuestros días.

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