No es justo que unos pocos tengan todo
| Luis Van de Velde
“Yo denuncio sobre todo la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador; la riqueza, la propiedad privada como un absoluto intocable, y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema! No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, y la mayoría marginada se está muriendo de hambre.” (12 de agosto de 1979)
Palabras de inmenso valor que expresan la verdad sobre la historia y la realidad de El Salvador, del continente y de muchas otras regiones del mundo. «La absolutización de la riqueza» se presenta como «el gran mal de El Salvador y del mundo». Y Monseñor lo enfoca aún más hacia «la propiedad privada como un absoluto intocable». Por supuesto, no critica el derecho de cada familia a ser propietaria de su vivienda digna o de su parcela para trabajar, ni la propiedad privada de medios de producción, siempre y cuando las ganancias, resultado del trabajo de todos, sean repartidas equitativamente entre todos, trabajadores y propietarios. Sin embargo, en este caso de la propiedad privada de los medios de producción, está la raíz del problema.
En el sistema capitalista (hoy neoliberal y globalizado), la fuente de riqueza es la propiedad privada de los medios de producción. Al ser dueños de las empresas internacionales, garantizan su crecimiento gracias al trabajo de las y los trabajadores, que apenas reciben salarios de hambre y han tenido que luchar durante siglos para conseguir un mínimo de derechos laborales. Monseñor denuncia la tremenda injusticia: «No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, mientras la mayoría marginada se está muriendo de hambre».
En El Salvador, las familias oligarcas (herederas de las famosas 14 familias oligarcas del país) siguen siendo «los dueños del país». Tienen presencia en todos los sectores de la producción, el comercio, la banca y los servicios. Luego están las organizaciones «gremiales» de diferentes sectores de la «empresa privada», con la ANEP a la cabeza. En el otro extremo están las empresas transnacionales que logran aquí tremendos beneficios en cuanto a pago de impuestos, favoritismos, etc. También es necesario mencionar el acuerdo entre el Estado y las empresas privadas para ciertos procesos, proyectos, actividades económicas, etc. Siempre se observa lo mismo: se absolutiza la riqueza (inversión y ansiedad por ganancias mayores en beneficio propio de los propietarios) y se sacrifica la vida de los trabajadores y las trabajadoras, incluso de los profesionales. La gran ganancia «tiene» que ir al capital. Punto. Monseñor Romero sigue denunciando ese sistema diabólico que enriquece a los dueños del capital y empobrece a las y los trabajadores, manteniendo siempre «el ejército de desempleados» que facilita la existencia de salarios muy bajos. Siempre habrá familias en extrema pobreza dispuestas a trabajar por salarios aún menores, con menos beneficios sociales, etc.
Pero también tenemos que mirar hacia las iglesias. No pocas instancias eclesiales tienen inversiones en capital, en empresas. ¿En qué sector se invierte el dinero de las iglesias? ¿Hay una lógica empresarial más justa que marque la diferencia con las empresas capitalistas? ¿Rompen con esa injusticia que Monseñor Romero denunció? Y miremos aún más hacia adentro. ¿Cómo son los salarios que las parroquias, diócesis, ONG’s de inspiración cristiana, etc. pagan a sus colaboradores, a su «personal»? ¿Somos de verdad diferentes rompiendo la lógica injusta de mantener en pobreza a las y los trabajadores de los servicios de las iglesias? ¿Cómo se trata al sacristán, al jardinero, a las personas que hacen limpieza, que trabajan en cocina o en las secretarías, a los conductores, a los vigilantes, etc.? ¿En qué condiciones viven sus familias? ¿Pueden decir con orgullo que su trabajo en instancias eclesiales o en servicio personal de autoridades eclesiales los dignifica y ha permitido salir de la pobreza?
Realmente, cuando la Iglesia, las ONG o los partidos políticos tocan el tema de la propiedad privada, es como «tocar un alambre de alta tensión»: los propietarios del capital se echan a temblar y empiezan a predicar mensajes apocalípticos sobre el fin del mundo, acusando a quienes denuncian como «comunistas» que van a quitar las casas a las familias pobres.
No tengamos miedo de acompañar a Jesús y a monseñor Romero en la denuncia clara de esa horrorosa injusticia del sistema absolutizado de la propiedad privada. No hagamos de nuestra propiedad, por pequeña, mediana o grande que sea, nuestro dios. Todos podemos compartir con los demás.
Cita 5 del capítulo VI (Idolatría de la riqueza ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”