Ciencia y Fe III (El caso de Galileo)

El caso de Galileo
Otro caso que se considera paradigmático de la oposición entre religión y ciencia es la condena de Galileo. Se da aquí también una utilización sesgada del triste acontecimiento. Recientemente numerosos estudios han puesto de manifiesto la complejidad histórica de este suceso. Nicolás Copérnico publicó su obra proponiendo por primera vez el sistema heliocéntrico en 1543. Aunque hubo algunas voces contrarias, más de parte protestante que católica al principio, nada sucede hasta setenta años más tarde, cuando Galileo, que estaba convencido de la necesidad de que la Iglesia aceptara el sistema de Copérnico, empezó a defender que la Escritura no se oponía a esta doctrina. Esto llevó en 1616 a la desafortunada decisión de incluir el libro de Copérnico en el Indice y a la prohibición a Galileo de enseñar el movimiento de la Tierra, si no era sólo como una hipótesis. Es evidente hoy que la autoridad eclesiástica se extralimitó en sus funciones, invadiendo inválidamente el campo de la ciencia. Así determinó que el heliocentrismo solo era aceptable como una hipótesis astronómica, y no como representación de la realidad, ya que se contraponía con la interpretación literal de la Biblia en este punto. Esta interpretación debía mantenerse hasta que se propusiese una demostración clara del movimiento de la Tierra. Galileo, aunque pensaba lo contrario, en realidad no disponía de tal prueba. La prueba experimental de que la Tierra gira alrededor del Sol no llegó definitivamente hasta mediado el s. XIX, cuando se pudo medir la paralaje de las estrellas más cercanas, desde las posiciones opuestas de la órbita de la Tierra. En realidad, desde la propuesta de la teoría de la gravitación de Newton en 1687, la situación ya había quedado totalmente clara. Galileo publicó en 1632 su obra sobre el sistema geocéntrico y heliocéntrico, en la que claramente se decantaba por este último, aunque aparentaba presentar los dos como posibles. Esto enojó al Papa Urbano VIII, quien se sintió engañado por Galileo. De nada vale la defensa de Galileo, algunos de cuyos amigos habían caído en desgracia en la corte papal, y al año siguiente fue condenado por su desobediencia y obligado a retractarse. Todos reconocemos hoy el tremendo error cometido. La misma Iglesia Católica, que resultó la más perjudicada, lo hizo en 1992 en la comisión nombrada por Juan Pablo II para revisar el caso, que reconoció con lealtad las injusticias cometidas con Galileo.

Este caso se sigue proponiendo como ejemplo de la oposición entre ciencia y religión. Sin embargo, esto no fue interpretado así hasta el siglo XIX. Se trataba de una defensa de la interpretación literal de ciertos pasajes de la Escritura, que la Iglesia Católica, en este caso concreto, no supo superar y un conjunto de situaciones históricas. Es curioso comprobar que no había sucedido lo mismo con la forma esférica de la
Tierra, que también se oponía a la letra de la Escritura. La diferencia estriba en que las pruebas de la esfericidad de la Tierra son muy claras y fáciles de demostrar, aún en la antigüedad, lo que no sucedía con la traslación de la Tierra alrededor del Sol, antes de proponerse la teoría de la gravitación. El mismo Galileo nunca consideró su caso como un conflicto entre ciencia y religión, sino que pensaba que habían sido sus enemigos, los que habían procurado su condena y siempre siguió fiel a la Iglesia. Así escribía en una
carta a Fabri de Peiresc después de su condena que nadie podría encontrar en él la mínima sombra de alguna cosa que se apartase de la piedad y la reverencia a la Santa Iglesia y concluía, “no hay nadie que haya hablado con más fervor y devoción por la Iglesia que yo”. Hay que reconocer que hubo ciertamente un abuso de poder por parte de las autoridades eclesiásticas que hoy nos escandaliza, aunque no extraño en aquellas circunstancias históricas. Sin embargo, en ningún caso los que condenaron a Galileo pensaban que se oponían a la ciencia. Los que intervinieron en el proceso defendían unas ideas científicas vinculadas con la física aristotélica, que consideraban válidas, pero que en realidad ya estaban quedando obsoletas y mezclaban con ellas la interpretación literal de la Escritura, que extendían a los fenómenos naturales y no solo a las materias de fe y moral.

Las ciencias y el cristianismo en la historia
Agustín Udías, S.J.
Universidad Complutense de Madrid
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