Mordiscos de la jauría

Para explorar el santuario del terruño, dejarse penetrar por su aliento, escuchar su voz, saborear cada una de las sensaciones, y guardarlas todas en la memoria, mimesis de recuerdos, de los que raramente nos atrevemos a hablar porque nos traen la inocencia de los días en que todo era tierno y nuevo, son necesarias horas de contemplación. Altar sagrado, presencia del innombrable, voz del Allen, expresión del misterio, son nombres para las cosas que no tienen nombre porque su idioma es la belleza, lenguaje que todavía no he aprendido. Cuando estoy lejos, el viento insinúa sus latidos, los rayos del sol vetean su nombre sobre los nenúfares del estanque y   las gotas de rocio posadas sobre las flores del parque son como su sonrisa que acaricia la niña de mis ojos. “Ideas en bandada, albeantes”, cuando se va el sol y la penumbra apaga las inquietudes diurnas. Frente a esto, las campañas electorales son como mordiscos de la jauría. No se puede hablar sin escuchar el silencio y sin sentir “el dolor de hablar”.

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