Carlos Osoro: pastor bueno

Tenemos un amigo común, Manolo. Él lo es más de ti. Te escribí un mensaje el 28 de agosto: “Ahora te saldrán muchos amigos. Somos pasiegos. No hay que fiarse de los nuevos cuando uno sube. A los enemigos ya los conoces. Me alegro por ti, por mí, por los creyentes buenos. A los de colmillo retorcido no los vas a convencer. Todos salimos ganando contigo. Sé que lo harás bien. Sé de tu fe en Dios. Algún día nos veremos; no hay prisa. Desde Caleruega, un abrazo nada pasiego". Tardaste cinco minutos en llamarme, eran las 23,20. Todo un detalle que te honra. Lo haces siempre: acudes a las llamadas de forma rauda. Alguna vez lo has hecho conmigo en momentos nada fáciles.
Somos de pueblos cercanos, apenas 17 kilómetros. Tú ejerces de cántabro más que yo, sin que dejes de ser universal. Estudiamos juntos 3º y 4º de Teología en la Ponti de Salamanca. Eras serio, muy estudioso, más que yo. Después he estudiado más que tú, que ya no tenías tiempo. No nos tratamos apenas. Manolo era el nexo; vivía contigo en el mismo Colegio Mayor. Me contaba anécdotas: como la de los polos negros de cuello alto –ya apuntabas hacia…– que secaban mal en invierno y los ponías cada noche al fresco, para que se ventilasen. Práctico, tú. Reíamos. Después, una vez ya sacerdote en Cantabria, nos tratamos algo más. No mucho. Peldaño a peldaño habías comenzado tu escalada episcopal… si escalar se puede llamar a eso. ¿No se trataba de una kénosis…? Las gentes cántabras, tan poco dadas a los elogios, hablaban bien de ti. Y los curas. Todo un éxito.
¡Al fin obispo de Orense! Tardamos en encontrarnos; hasta que llegaste a Oviedo. Allí nos vimos en tu despacho, comentamos cosillas con naturalidad no episcopal, pero sí con prudencia. La que te caracteriza. En las Jornadas de Pastoral siempre te hacías presente para acompañar, animar, bromear juntos. Daba gusto. Se notaba que la gente te quería. Eras su pastor bueno.
Después, Valencia; seguimos viéndonos en las Jornadas, en tu casa, en alguna comida, en “algún aparte”. Siempre interesado, siempre cálido y humano. La última vez que nos vimos me preguntaste: “Dime, ¿qué quieres que haga por ti?” Te lo dije. Te lo recordaré cuando nos veamos. Era una boutade de las mías. Pero nunca se sabe…
Contigo en Madrid me siento tranquilo. Uno necesita sentirse orgulloso de sus jefes, y tú me inspiras toda la confianza. No lo dudo, serás un pastor bueno. Puedes contar con mi fidelidad… de momento, hasta ver cómo te portas. No olvides: somos cántabros. Es decir, tenaces.