Moisés y Monte Nebo bajo las bombas

"Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá. Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy" (Deuteronomio 34).

Lo primero que viene a la mente al visitar el Monte Nebo en un día soleado -aunque con bruma-, es encontrar los mismos enclaves que debió observar Moisés antes de morir. Belén, Jericó, Jerusalén, el Mar Muerto, Ramallah, Nablus, Tiberíades... La Tierra Prometida a la que, al fin, tras cuarenta años de éxodo, llegaba el pueblo de Israel. El segundo pensamiento es de compasión hacia el profeta, y de incomprensión ante la decisión de Yahvé (¿era necesario tanto castigo para el hombre que guió al pueblo elegido? ¿Por qué no pude pisar tierra santa Moisés?).

Fernando, uno de los curas sevillanos que acompaña esta peregrinación, posible gracias a Viajes Ánfora, nos ofrece una visión, ciertamente reconfortante, en la emotiva homilía, en la pequeña capilla de los franciscanos: debemos hacer nuestros los caminos de Dios, sin creer que son de nuestra propiedad. Asumir nuestros fracasos, nuestros fallos, nuestras metas jamás alcanzadas... y convertirlas en un acicate para continuar. Caminando, buscando compañeros de camino, dejándonos acompañar... mirando en todos y cada uno de los ojos que se cruzan en el peregrinar -incluyendo en los que se reflejan en el espejo cuando nos miramos- la imagen de ese Dios que es Camino, Verdad y Vida.

Camino de Monte Nebo nuestro camino se cruzó con el del rey Abdallah, quien con la reina Rania y su primogénito viajaban hacia Karak, para acompañar a la familia del piloto jordano quemado vivo por los salvajes asesinos del autodenominado Estado Islámico. Al regreso, los aviones surcaban el cielo del desierto de Jordania: el reino hachemita bombardeaba posiciones del EI en la vecina Siria. De nuevo el sonido del odio, la guerra, la muerte en los lugares que vieron nacer al hombre y que fueron testigos del paso de Jesús por esta tierra.

¿Llegaremos, como Moisés, a ver el final de tanta destrucción, de tanta inhumanidad? ¿Veremos el horizonte de un mundo en paz, aunque no vivamos para contarlo? Muchas preguntas, pocas respuestas, camino de Petra, próxima etapa de nuestro viaje. En el trayecto, nuevos recuerdos de viejos odios, como el castillo en el que fue degollado -cruel paradoja que nos vuelve a conectar con el presente- Juan el Bautista, o el mapa más antiguo que se conserva de Tierra Santa, en el suelo de la iglesia ortodoxa de Madaba... y destrozado por algún "sabio" que quiso poner una columna donde no debía.

El camino hacia la paz jamás está yermo, aunque a veces lo parezca. La venganza, por muy justificable y humana que resulte, no contribuye a transitarlo. El ojo por ojo nos deja a todos cuando menos tuertos. Y nos imposibilita para caminar. ¿Seremos capaces de encontrar nuevas soluciones, de poner fin al terror de los nuevos degolladores? ¿Qué camino hemos de recorrer para alcanzar la tierra común prometida?
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