Sor Lucía, Francisco, y el convento como campo de batalla

Sor Lucía Caram es religiosa contemplativa, sí. Dominica, por más señas. La orden de los predicadores. Y lo que está haciendo la monja argentina no es más que predicar. Y sí, también dar trigo. Y mucho. Y separar el trigo de la cizaña. Muchos de los que la acusan pretenden que las monjas estén encerradas en su convento, rezando y, como mucho, cuidando el huerto. No tienen ni la más remota idea de lo que significa la vida contemplativa. La fuente y la fuerza es la oración y la vida en comunidad, algo que -me consta- sor Lucía jamás ha dejado. De hecho, cuenta con el total apoyo de su monasterio, centro neurálgico de la fe, y de la acción socio-caritativa, en Manresa, Cataluña y me atrevería a decir que toda España.
Los críticos -¿por qué será que todos los santos son vapuleados por los suyos?- se cierran en banda, con ideas vagas, duras, secas, como las mismas piedras que otros arrojaban a los supuestos herejes. Y contraponen al ejemplo de sor Lucía los de Madre Teresa de Calcuta o Santa Teresa de Ávila, cuyo quinto centenario estamos celebrando este 2015. Las comparaciones son odiosas, y no es este artículo quien las presente, sino que se limita a dar cuenta de ellas.
Pero, aunque así fuera, más les valdría a estos sepulcros blanqueados leer un poco la historia, y darse cuenta cómo ninguna de estas dos religiosas -una de ellas, Doctora de la Iglesia, y monja de clausura cerrada, mucho más que la de sor Lucía Caram; la otra, futura canonizada en el Año de la Misericordia y patrona de la solidaridad mundial- se quedó quieta en su convento. Si alguna de ellas lo hubiera hecho hoy no conoceríamos su obra.
Tampoco Sor Lucía es Teresa Forcades. La benedictina tiene claro un camino, que es el de la política, y para ello decidirá, en su momento, tomar las medidas previstas: pedir una excedencia o abandonar la vida religiosa. Ese no es el camino de Sor Lucía Caram: el suyo no es el de la política partidista (aunque hoy vaya a participar en un acto de CiU -la vicepresidenta de su fundación es la mujer de Artur Mas, y la monja argentina también se equivoca, a veces, en sus decisiones. Pero las toma-), sino el del Evangelio. El de Jesús, el de Francisco, el de la Misericordia y el campo de batalla. No el de los lanzadores de piedras.